(C) Existe el amor no correspondido. ¿Puede existir también la amistad no correspondida o es más difícil?
No es que pueda existir, es que, de hecho, existe.
Quizá parezca que se da con menos frecuencia porque no ha sido representada hasta la saciedad en el cine o en la literatura, como sí ha ocurrido con el desamor. Seguramente, debidido a que, este último, resulte bastante más dramático que una amistad no correspondida.
Cosa que me parece algo extraña de comprender, puesto que, en ambos casos, sufrimos por no poder disfrutar de la compañía de una persona en concreto. Pero, por algún motivo, duele más cuando se trata de una posible relación amorosa que cuando se trata de una posible relación de amistad.
En cualquier caso, creo que, aunque fuese cuando éramos niños/as, es probable que, en algún momento, nos hubiera gustado ser amigo o amiga de una u otra persona, pero no pudo ser. Ya sea un compañero de clase, una chica con la que alguna vez coincidías en el parque, o, incluso, un primo que te caía muy bien pero sólo tenías la oportunidad de hablar con él en bodas y comuniones.
Al menos, a mí, sí me ha pasado. Y no sólo cuando era niño, si no, también, de adolescente, y como adulto.
Sigo conociendo a personas con las que me gustaría tener una amistad, bien por afinidad de gustos o aficiones, porque me gusta su forma de ser, o porque me parecen interesantes. Sin embargo, no se me da.
Algo debo tener, que repele a los demás.
Como suele ocurrir, llego a relacionarme con personas por el mero hecho de coincidir en un mismo entorno, ya sea académico, laboral, o de cualquier otro tipo. En ese espacio de tiempo, es posible que pueda llevarme bien con alguien y terminar creando un vínculo, más o menos, fuerte.
En cambio, cuando ese periodo acaba, dicha persona se olvida de mi existencia. Evidentemente, sé lo que es la compañía circunstancial. Me refiero a gente con la que realmente parece que podrías tener una amistad real.
Sin ir más lejos, tuve un compañero de prácticas con el que me lo pasé genial trabajando. Se mudó a mi barrio, a un bloque que puedo ver desde mi ventana. Varias veces le dije de quedar, y nunca nos vimos. No entiendo cómo, en las prácticas estábamos todo el día juntos, en una sintonía bestial, en lo bueno y en lo malo, y, ahora, viviendo a tiro de piedra, tiene cero interés en que quedemos.
Varios casos similares, sumados al hecho de que, el cien por cien de los amigos que tengo, los conocí hace quince o veinte años, me lleva a pensar que, mi tiempo para hacer amistades, ya pasó.
Menos mal que, de las pocas cosas que me preocupan, la soledad, no es, ni será, nunca, una de ellas.
Quizá parezca que se da con menos frecuencia porque no ha sido representada hasta la saciedad en el cine o en la literatura, como sí ha ocurrido con el desamor. Seguramente, debidido a que, este último, resulte bastante más dramático que una amistad no correspondida.
Cosa que me parece algo extraña de comprender, puesto que, en ambos casos, sufrimos por no poder disfrutar de la compañía de una persona en concreto. Pero, por algún motivo, duele más cuando se trata de una posible relación amorosa que cuando se trata de una posible relación de amistad.
En cualquier caso, creo que, aunque fuese cuando éramos niños/as, es probable que, en algún momento, nos hubiera gustado ser amigo o amiga de una u otra persona, pero no pudo ser. Ya sea un compañero de clase, una chica con la que alguna vez coincidías en el parque, o, incluso, un primo que te caía muy bien pero sólo tenías la oportunidad de hablar con él en bodas y comuniones.
Al menos, a mí, sí me ha pasado. Y no sólo cuando era niño, si no, también, de adolescente, y como adulto.
Sigo conociendo a personas con las que me gustaría tener una amistad, bien por afinidad de gustos o aficiones, porque me gusta su forma de ser, o porque me parecen interesantes. Sin embargo, no se me da.
Algo debo tener, que repele a los demás.
Como suele ocurrir, llego a relacionarme con personas por el mero hecho de coincidir en un mismo entorno, ya sea académico, laboral, o de cualquier otro tipo. En ese espacio de tiempo, es posible que pueda llevarme bien con alguien y terminar creando un vínculo, más o menos, fuerte.
En cambio, cuando ese periodo acaba, dicha persona se olvida de mi existencia. Evidentemente, sé lo que es la compañía circunstancial. Me refiero a gente con la que realmente parece que podrías tener una amistad real.
Sin ir más lejos, tuve un compañero de prácticas con el que me lo pasé genial trabajando. Se mudó a mi barrio, a un bloque que puedo ver desde mi ventana. Varias veces le dije de quedar, y nunca nos vimos. No entiendo cómo, en las prácticas estábamos todo el día juntos, en una sintonía bestial, en lo bueno y en lo malo, y, ahora, viviendo a tiro de piedra, tiene cero interés en que quedemos.
Varios casos similares, sumados al hecho de que, el cien por cien de los amigos que tengo, los conocí hace quince o veinte años, me lleva a pensar que, mi tiempo para hacer amistades, ya pasó.
Menos mal que, de las pocas cosas que me preocupan, la soledad, no es, ni será, nunca, una de ellas.