ᴇʟ ɴɪñᴏ.

Ambas personas se miraron con complicidad, manteniendo el silencio. ¿Que si estaban seguros? No parecían estarlo para nada. Pero a la vez contestaron rápidamente, volviendo a adoptar aquellas amables y acogedoras sonrisas.

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[Sra. Heelshire.]
—Por supuesto.— Respondió la mujer, su mirada perdiéndose por un momento. —Planeamos irnos mañana en la mañana. Sabemos que es repentino, pero nos aseguraremos que esté más que cómodo aquí. Incluso habíamos arreglado ya su habitación.— Ignoró por completo lo sospechoso que eso sonaba. —Sí acepta, me gustaría mostrarle como funcionan las cosas por aquí... en cuanto termine con mi esposo.—

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Una vez el chequeo médico había terminado, la señora tuvo que posponer por un momentín el “tour” para recibir al hombre de la tienda, quien solía ir mensualmente a dejar los víveres que la familia compraba. Él y Mitch ya se habían visto, pero no habían sido presentados formalmente.

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[Malcolm]
—Buenas, señorita Heelshire. Traigo sus cosas; como siempre.— Con una caja de madera en sus manos, se acercó a la entrada para esperar a que ambos lo dejaran pasar. La anciana había sido llamada por su esposo, así que se excusó de ahí para rápidamente retirarse. —... Huh. Lucen un poco frenéticos hoy, ¿no?— Se agachó para dejar la caja en el suelo y así poder ofrecerle la mano al mayor. —Soy Malcolm. No es la primera vez que te veo aquí, ¿verdad? Pareces llevarte bien con los viejos.— Al estrechar las manos, el chico sonrió. —Es un placer. Ehm... ¿Crees que podrías ayudarme con las cosas? Suelen surtirse mucho.— Tomó de nuevo los víveres, esperando a Mitchell para ir juntos a la cocina. —Y... ¿ya conociste a Brahms? ¿Su ‘hijo?— Sonrió de una forma burlona, incluso resaltando la última palabra.

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[Sr. Heelshire]
—Mi señora quizo darme remedios, pero preferí no precipitarme. Preferí esperarlo a usted.— Respondió brevemente, preparándose para cualquier chequeo que el doctor realizase. —¿Sabe? Tenemos planeado salir mañana... tomar unas pequeñas vacaciones.— Miró a su esposa de forma fugaz. —Nos queremos asegurar de que todo esté bien.—

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[Sra. Heelshire]
—Como usted sabe, hace mucho que no salimos de la casa. Así que tenemos una propuesta para usted, Doctor Cass.— Se detuvo al escuchar los ruidos de libros cayéndose en la habitación de al lado. La mujer cerró los ojos por un momento y suspiró profundamente a falta de paciencia. —¡Brahms! ¡Compórtate!— Exclamó antes de volverse al doctor. A decir verdad, era algo extraño que el supuesto Niño nunca se dejaba ver por Cass. Era comprensible que a este punto se preguntase si aquel mocoso existía, siquiera. Pero los ancianos parecían convencidos de ello. —Discúlpelo. Es nuestro pequeño. Siempre está inquieto cuando usted... ehem, en fin, como le decía; nos gustaría que cuidara nuestro hogar y a nuestro hijo... sé que no es su obligación, pero no tenemos a nadie más que lo haga y usted es de confianza.— Pausó. —Pagaremos lo que haga falta y más. Aquí no le va a faltar nada.—

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|| RAPIDÍN QUE YA QUIERO JO T e AR (?).

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La señora Heelshire esperaba pacientemente la visita mensual de su doctor privado, mientras que su esposo se mantenía dentro de su enorme morada, cuidando a su pequeño hijo único; Brahms. Se mecía en la silla una y otra vez, ambas manos en su regazo y bien sentada como cualquier mujer decente. Era un día soleado, pero el viento estaba pegando muy fuerte y se sentía cierta humedad. Quizá pronto llovería.
Cuando vio al chofer que usualmente mandaban para recoger a Mitchell, se levantó de su asiento con una sonrisa leve en su rostro. Era un largo camino, ya que la casa estaba muy alejada de todo, así que siempre se aseguraban de pagar un monto extra al excéntrico doctor. —Buenas tardes, señor Cass— saludó en cuanto el hombre salió del coche. —Por favor, pase. Mi esposo ha estado teniendo problemas con sus alergias de nuevo.— Abrió la puerta para él, entrando y cerrándola cuando se encontraron dentro. La mansión de los Heelshire era un lugar muy a menudo descrito como “sacada de un cuento”. Tal vez era mera exageración, pero su encanto era innegable. Tonto como el exterior y el interior eran excepcionales, bien decorados y sobre todo, elegantes. Lo guió hasta la recepción, pronto encontrándose con el mayor de edad regresando de otra habitación.

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[Sr. Heelshire]
—¡Ah, señor Cass! Bienvenido, me da gusto verlo de nuevo. Pase, pase, ya sabe que esta es su casa.— Dijo, mientras se sentaba en uno de los cómodos sillones.

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[Sra. Heelshire]
Tomó asiento igualmente, un poco alejada de ambos hombres. —Lamento que no le pueda ofrecer nada esta vez. El chico de la tienda no ha llegado con la despensa.—

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