Es precisamente cuando los recuerdos se hacen objetivos y manejables, cuando el sujeto cree estar completamente seguro de ellos, cuando pierden el color como delicados tapices expuesto a la hiriente luz solar.
Pero cuando, protegidos por el olvido, conservan su vigor, están expuestos a riesgos como todo lo viviente. La concepción de Bergson y Proust dirigida contra la codificación, según la cual lo presente, la inmediatez, solo se constituye por la memoria, por la acción recíproca, del ahora y el antes, por lo mismo tiene no sólo un aspecto salvador, si no también infernal. Igual que ninguna vivencia anterior que no haya sido liberada, por alguna involuntaria rememoración de la rigidez cadavérica de su existencia aislada es real, ningún recuerdo está a la inversa, garantizado como algo e fuera existente en sí, indiferente al futuro en que lo guarda; ni ningún pasado es inmune, por su conversión en mera representación, a la maldicion del presente empírico.
El más feliz recuerdo de una persona puede ser sustancialmente anulado r una experiencia posterior. Quien ha amado y traicionado ese amor, no sólo inflige ese daño a la imagen de lo pasado, si no también a este mismo. Cuando se despierta el recuerdo, incontrastable evidencia que introduce en el gesto involuntario, un tono de ausencia, una vaga hipocresía del placer, que hace de la cercanía de ayer a extrañeza de hoy. A desesperación no tiene la expresión de lo irrevocable porque la situación no puede llegar a mejorar, si no porque arrastra a su abismo el tiempo pasado. Por eso es necio y sentimental querer mantener el pasado limpio de la sucia manera del presente. El pasado no tiene otra esperanza que la de, abandonado al infortunio, resurgir de él transformado. Pero quien muere desesperado es que su vida entera a sido inútil. 💜
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