[C] En algunos restaurantes, existen camareros robots y/o tablets mediante, las cuales, puedes realizar el pedido desde tu mesa sin tener que interactuar con otra persona. La cuestión es que, ambos, sugieren que les des propina. ¿Le darías propina a un robot o a un aparato electrónico? ¿Por qué?

Dividiría la pregunta en mil apartados, pero intentaré sintetizar.
La primera es donde me cuestiono las propinas en sí mismas, especialmente porque tras mi experiencia en hostelería se que suponen una “rebaja” del sueldo o al menos un maquillaje del mismo, en el mejor de los casos. Y en otros ni te pertenecen, porque haces un bote colectivo que se reparte, con suerte, a la semana y es para todos los compañeros con independencia de a quién se le haya otorgado dicha recompensa por su trabajo, individual.
Por otro lado me fascina el concepto de dejar propina a alguien que hace bien su trabajo. Estamos tan acostumbrados a la escasa diligencia que queremos mostrar nuestro bienestar cuando el trato es lógico, normal, adecuado. No sé si es un signo de distinción, o de clase, si tiene una connotación claramente de poder, o si nos ensimismamos ante el convencimiento de que esto nos hará mejores clientes.
Y la segunda cuestión sería si me supondría una deshumanización hacerlo, en el caso de que concordara con el comportamiento, a un robot. Porque no seamos hipócritas, la cuestión está en si sentiríamos que ese dinero cae en saco roto si fuese una máquina la encargada de recibirlo. A efectos prácticos si lo que valoramos es la ejemplaridad del trabajo, posiblemente una máquina sea más infalible en términos absolutos. Entonces ¿qué nos impide actuar con igualdad? Sin ir más lejos las propinas tienen un rango de imposición, en países como Republica Checa, donde se incluye en la propia factura el porcentaje mínimo de propina que tienes la obligación de depositar; esto con independencia de tu voluntad y de quién o qué sea lo que te sirve.
La realidad es que el concepto de propina, especialmente en nuestro país, se ve distorsionado. Tanto en motivos por los que se otorga, que pueden no tener nada que ver con la diligencia de la persona en cuestión, como en la forma que eso nos repercute personalmente. Estoy convencida que en los primeros acercamientos con los robots no seremos capaces de plantearnos más que un trato escrupuloso, donde nos libraremos de las apariencias que si se “deben” guardar frente a los seres humanos. Sentiremos incluso cierto alivio, por no tener que recompensar ese esfuerzo, ya que consideraremos que no lo hay, porque no lo vemos (así de simple es todo).
Nadie se planteará que esto puede ser una inversión en tecnología, que permita una evolución, sino que será visto como algo que elimina puestos de trabajo, en el que el acercamiento humano siempre será más “cálido”. No se van a poner a divagar sobre el hecho de que en lugar de eliminar puestos, aumentan en otras áreas, como la informática o la ingeniería. Porque, efectivamente, nadie le da tanta tantas vueltas e importancia a las propinas (ni a lo que hace).
La primera es donde me cuestiono las propinas en sí mismas, especialmente porque tras mi experiencia en hostelería se que suponen una “rebaja” del sueldo o al menos un maquillaje del mismo, en el mejor de los casos. Y en otros ni te pertenecen, porque haces un bote colectivo que se reparte, con suerte, a la semana y es para todos los compañeros con independencia de a quién se le haya otorgado dicha recompensa por su trabajo, individual.
Por otro lado me fascina el concepto de dejar propina a alguien que hace bien su trabajo. Estamos tan acostumbrados a la escasa diligencia que queremos mostrar nuestro bienestar cuando el trato es lógico, normal, adecuado. No sé si es un signo de distinción, o de clase, si tiene una connotación claramente de poder, o si nos ensimismamos ante el convencimiento de que esto nos hará mejores clientes.
Y la segunda cuestión sería si me supondría una deshumanización hacerlo, en el caso de que concordara con el comportamiento, a un robot. Porque no seamos hipócritas, la cuestión está en si sentiríamos que ese dinero cae en saco roto si fuese una máquina la encargada de recibirlo. A efectos prácticos si lo que valoramos es la ejemplaridad del trabajo, posiblemente una máquina sea más infalible en términos absolutos. Entonces ¿qué nos impide actuar con igualdad? Sin ir más lejos las propinas tienen un rango de imposición, en países como Republica Checa, donde se incluye en la propia factura el porcentaje mínimo de propina que tienes la obligación de depositar; esto con independencia de tu voluntad y de quién o qué sea lo que te sirve.
La realidad es que el concepto de propina, especialmente en nuestro país, se ve distorsionado. Tanto en motivos por los que se otorga, que pueden no tener nada que ver con la diligencia de la persona en cuestión, como en la forma que eso nos repercute personalmente. Estoy convencida que en los primeros acercamientos con los robots no seremos capaces de plantearnos más que un trato escrupuloso, donde nos libraremos de las apariencias que si se “deben” guardar frente a los seres humanos. Sentiremos incluso cierto alivio, por no tener que recompensar ese esfuerzo, ya que consideraremos que no lo hay, porque no lo vemos (así de simple es todo).
Nadie se planteará que esto puede ser una inversión en tecnología, que permita una evolución, sino que será visto como algo que elimina puestos de trabajo, en el que el acercamiento humano siempre será más “cálido”. No se van a poner a divagar sobre el hecho de que en lugar de eliminar puestos, aumentan en otras áreas, como la informática o la ingeniería. Porque, efectivamente, nadie le da tanta tantas vueltas e importancia a las propinas (ni a lo que hace).