¿Qué diríais que es lo mejor que os puede pasar, hoy mismo?
Hoy he tenido un día de esos que, sin que sucedan grandes tragedias ni se frustren todos mis planes, se podría catalogar como un día de mierda.
Realmente me he despertado a una buena hora como todos los días, con los músculos entumecidos de haber entrenado ayer noche después de dos semanas de desconexión tras acabar el máster, y esperando poder comenzar mi vida profesional próximamente.
No tengo mucho que hacer, me tomaré un café, quizás repase mis apuntes para llevarlos frescos, terminaré el juego que tengo pendiente y empezaré como todos los veranos a leer Marina, porque un verano sin leer ese libro no se puede considerar verano. Quizás, si me veo con ánimos, tocaré un poco la guitarra cuando el calor no castigue tanto, que la tengo abandonada y es una lástima. Vida de perro, vida.
Una simple llamada con el fin de posponer mi incorporación inmediata ha sido suficientemente para tumbarme hoy. No es una noticia que no haya sabido encajar, no es que rompa mi espíritu o que me sienta perdido por ello, pero ha sido suficiente para que una sensación de desánimo me posea completamente.
Esto me hace pensar, a para mi ya altas horas de la noche, lo fácil que es impactar en la vida de alguien, con algo tan nimio, como una llamada, un par de palabras o un simple comentario, y lo frágiles que son las cuerdas por las que nos desplazamos.
Me cuesta aceptar que, tras esta fachada de férreas convicciones y fuerte espíritu se halla alguien que, aunque no le afectan demasiado las opiniones ajenas, puede verse bastante afectado por la carga de las expectativas.
Odio la dependencia ajena, y parte de mi sangre del sureste que ama relacionarse, odia cuando eso implica una obligación en parte.
Respondiendo a la pregunta, lo mejor que podría pasarme sería parpadear y aparecer en una cámara dónde el tiempo no pasara y mis aficiones y pasatiempos estuvieran presentes. Una sala dónde, mientras yo estuviese dentro, nadie podría percatar mi ausencia ni visitarme salvo que yo quisiera.
Que difícil es desconectar a veces.
Realmente me he despertado a una buena hora como todos los días, con los músculos entumecidos de haber entrenado ayer noche después de dos semanas de desconexión tras acabar el máster, y esperando poder comenzar mi vida profesional próximamente.
No tengo mucho que hacer, me tomaré un café, quizás repase mis apuntes para llevarlos frescos, terminaré el juego que tengo pendiente y empezaré como todos los veranos a leer Marina, porque un verano sin leer ese libro no se puede considerar verano. Quizás, si me veo con ánimos, tocaré un poco la guitarra cuando el calor no castigue tanto, que la tengo abandonada y es una lástima. Vida de perro, vida.
Una simple llamada con el fin de posponer mi incorporación inmediata ha sido suficientemente para tumbarme hoy. No es una noticia que no haya sabido encajar, no es que rompa mi espíritu o que me sienta perdido por ello, pero ha sido suficiente para que una sensación de desánimo me posea completamente.
Esto me hace pensar, a para mi ya altas horas de la noche, lo fácil que es impactar en la vida de alguien, con algo tan nimio, como una llamada, un par de palabras o un simple comentario, y lo frágiles que son las cuerdas por las que nos desplazamos.
Me cuesta aceptar que, tras esta fachada de férreas convicciones y fuerte espíritu se halla alguien que, aunque no le afectan demasiado las opiniones ajenas, puede verse bastante afectado por la carga de las expectativas.
Odio la dependencia ajena, y parte de mi sangre del sureste que ama relacionarse, odia cuando eso implica una obligación en parte.
Respondiendo a la pregunta, lo mejor que podría pasarme sería parpadear y aparecer en una cámara dónde el tiempo no pasara y mis aficiones y pasatiempos estuvieran presentes. Una sala dónde, mientras yo estuviese dentro, nadie podría percatar mi ausencia ni visitarme salvo que yo quisiera.
Que difícil es desconectar a veces.