What’s one great thing about the weekend?
http://harakirisentimental.blogspot.com/2018/04/destinesia.html
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Hay algo que me lastima.
Nadie puede verlo. Nadie puede oírlo. Nadie puede sentirlo.
Pero estas sábanas están húmedas de su aliento.
Afuera el neón parpadea,
se niega a mirarme a los ojos,
y las víboras se entretejen en el zulo bajo mi cama,
esperando por mi cabeza.
Yo lo sé.
Ellas lo saben.
—Todo está en tu mente.
Todo está en mi mente.
Todo está en mi mente.
Todo está en mi mente.
Todo
está
en
mi
mente.
Algo me mutila y me sutura.
Lanza cuarzos a mi ventana
para recordarme
que dormir no está permitido.
Algo gime. Algo se ríe. Algo golpea.
Cae y revienta como una sandía desde la azotea.
Grumosa y tierna.
El metrónomo resuena en este silencio caníbal,
palpita en mis venas con la alacridad de un animal malherido.
Y yo sé que viene, que se arrastra con el vientre en el suelo
y los codos en sal. Se solaza en mi ceguera y respira sobre mi nuca.
Mas nunca acaba por hincar sus dientes.
Sólo espera.
Me espera.
La manía tiene una lengua cálida y dulce que se riza sobre las escaras,
sicalíptica y meditabunda.
Dentro de estas cuatro paredes no existe la gravedad,
y la sangre ya no corre.
Huele a pólvora infecta y hierro.
La náusea sofoca, pero no puedo vaciarme.
Algo se quiebra,
nadie escucha.
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Hay algo que me lastima.
Nadie puede verlo. Nadie puede oírlo. Nadie puede sentirlo.
Pero estas sábanas están húmedas de su aliento.
Afuera el neón parpadea,
se niega a mirarme a los ojos,
y las víboras se entretejen en el zulo bajo mi cama,
esperando por mi cabeza.
Yo lo sé.
Ellas lo saben.
—Todo está en tu mente.
Todo está en mi mente.
Todo está en mi mente.
Todo está en mi mente.
Todo
está
en
mi
mente.
Algo me mutila y me sutura.
Lanza cuarzos a mi ventana
para recordarme
que dormir no está permitido.
Algo gime. Algo se ríe. Algo golpea.
Cae y revienta como una sandía desde la azotea.
Grumosa y tierna.
El metrónomo resuena en este silencio caníbal,
palpita en mis venas con la alacridad de un animal malherido.
Y yo sé que viene, que se arrastra con el vientre en el suelo
y los codos en sal. Se solaza en mi ceguera y respira sobre mi nuca.
Mas nunca acaba por hincar sus dientes.
Sólo espera.
Me espera.
La manía tiene una lengua cálida y dulce que se riza sobre las escaras,
sicalíptica y meditabunda.
Dentro de estas cuatro paredes no existe la gravedad,
y la sangre ya no corre.
Huele a pólvora infecta y hierro.
La náusea sofoca, pero no puedo vaciarme.
Algo se quiebra,
nadie escucha.
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