tinyhyung。

—Y no nos conviene que nadie lo vea, Luhan —dice Minseok en voz baja. A veces le preocupa que Luhan no se preocupe tanto como él. Su vida es complicada y cualquier descuido podría ser fatal.

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Luhan siempre lo mira con la misma sonrisa. Sabe que sus carreras podrían estar acabadas por algo tan natural y sencillo como eso, amar a quien el resto cree que no debes amar.

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—Ya lo sé —contestó, tranquilizador—. Por eso prefiero que seamos siendo los únicos listos, los únicos que saben ver, en medio de un mar de ciegos.

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Los partidos son lo más excitante. Saber que Luhan corre a toda velocidad sobre el césped, persiguiéndolo mientras Minseok se abre paso hasta la portería. Saber que el resto de su equipo intenta detenerle, bloquearle el paso, pero Luhan consigue superar todos los obstáculos y casi siempre acaba llegando hasta él. Es una bonita metáfora. Minseok casi sonríe cuando en el minuto cuarenta y dos Luhan consigue arrebatarle el balón y echa a correr en dirección contraria. Las cámaras captan su sonrisa y atribuyen ese pequeño desliz de Minseok antes de echar a correr tras Luhan para recuperar el balón a la emoción de tener un rival digno de él.

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Todo el mundo los mira, conteniendo el aliento. Es como si sólo estuvieran ellos dos en el campo.

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Minseok corre hasta que sus muslos se quejan, pero consigue alcanzar a Luhan. Éste suelta una carcajada antes de propinarle un derechazo al balón que acaba en el palo porque en realidad, Luhan no estaba mirando. Miraba a Minseok.

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Después se encargaría de regañarle por segunda vez (el entrenador de la selección china será el primero, y Luhan siempre le dice que es temible pero nunca deja de sonreír, así que no puede ser para tanto), pero por el momento Minseok se contenta con ver cómo Luhan corre hacia la banda para intentar recuperar el balón después del saque y enmendar su error. El gol no se hace esperar, y a pesar de que eso no le beneficia en nada, Minseok siente un extraño orgullo dentro de él. Sabía que Luhan no fallaría.

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Probablemente llegará el punto en que Luhan sea el fin de su carrera, pero por el momento, aún queda mucho tiempo de partido. Minseok ignora el cansancio y acelera aún más hasta robar el balón a los chinos y meter un gol. Sabe que Luhan también estará orgulloso.

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Por el momento, se alegra de que ellos dos sean los únicos que saben ver qué se esconde tras la pareja de archirrivales. Los rivales te hacen crecer, superarte, se dice Minseok. Los rivales no son siempre enemigos.

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Los partidos de liga asiática siempre son los favoritos de Minseok, pero no es porque lo pongan en el punto de mira como el mejor jugador de la selección coreana. Todas las secciones de deportes hablan de ello cuando la fecha del partido Corea – China se acerca y lo cierto es que aunque Minseok quiere achacarlo a la excitación del día antes de salir al campo a jugárselo todo, no puede evitar estar nervioso por razones bastante ajenas al fútbol.

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—¿Has visto? Esta vez hasta hemos salido en los periódicos. —La voz de Luhan le llega desde el otro lado del teléfono, animada y divertida, como siempre sonaba—. Aunque no me gusta la foto que te han puesto, la verdad.

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—No me preocupan mucho las fotos que me hagan, Luhan. —Minseok se estira sobre la cama del hotel en el que su equipo se ha alojado en Beijing y por un momento, sólo por un momento, se arrepiente de haberle negado a Luhan el permiso para venir a verle, porque «no, Luhan, ¿estás loco? ¿Y si nos ve mi entrenador? Jugaríamos el partido de mañana con mis pelotas en lugar de con el balón de reglamento»—. Me preocupa meter goles, no tengo una carrera secundaria de modelo como… otros.

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Las carcajadas de Luhan son música y Minseok se imagina su cara, desencajada por la risa, con una de esas expresiones que son incontrolables para él y que deberían hacer peligrar dicha carrera secundaria de modelo. Aún así Minseok nunca ha conseguido dejar de verlo perfecto.

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—Bueno, ya veremos dónde queda esa preocupación mañana, en el campo —contesta Luhan sin dejar de sonar entretenido por su conversación. Sus amenazas siempre son vacías menos las que le susurra al oído, a escondidas, lejos de entrenadores y periodistas, cuando nadie escucha—. Que gane el mejor.

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Luhan cuelga antes de que Minseok tenga tiempo de decir algo. Con Luhan las cosas siempre son así, apresuradas, sorprendentes, dejan a Minseok sin aliento y con las palabras en la boca la mayoría de las veces. Aprieta el periódico del que Luhan le estaba hablando en la mano, que había cogido de la recepción del hotel. «Kim Minseok y Lu Han, las estrellas de sus respectivos equipos, se enfrentarán mañana en el partido de final de Liga». El artículo era igual a otros tantos que había leído antes. Las palabras «rival» y «enemigo» aparecían demasiadas veces.

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—¿Pero no te parece gracioso? —le había dicho una vez Luhan, sus ojos brillantes ocultos tras el flequillo que un gorro bien calado hacía caer sobre sus cejas para pasar desapercibido mientras paseaban por el río Han en Seúl, abrigados por la oscuridad, la tarde de la víspera de un partido—. Ellos consiguen lo que quieren, tensión, emoción por el partido, por el gran enfrentamiento. Y yo también consigo lo que quiero. —Luhan deslizó sus dedos entre los de Minseok—. A ti.

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—¿Aunque sea de esta forma?

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—Aunque sea de esta forma —respondió Luhan, levantando sus manos entrelazadas y rozando sus nudillos con los labios—. Nadie se da cuenta. Lo tienen delante de sus narices y no consiguen verlo.

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