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Sigue corriendo, dejando atrás la redundancia de correrse. Va gritando que quiere ser libre y no se atreve ni a quitarse los zapatos. Vive encadenada pero corre y se corre cada noche, llora a oscuras sentada en una mesa mirando el cielo. Las putas pulseras que lleva le duelen y no la permiten saltar. Joder, si pudiera, no volaría. Y va dejando atrás las amapolas pero sigue viendo soldados, hay soldados por todas partes. Soldados de hierro, de lluvia, de pólvora, soldados inertes, implacables e indecentes, soldados de pensamiento lejano, y también estás tú. Nadie sabe de qué huye, por no saber, no saben ni quién es. Por no ver, no ven ni que está escapando.
A cada dos pasos tropieza y se aguanta las lágrimas, y cuando se le acerca el lobo manso con las fauces cerradas y ojos de luna, deja de correr y estalla en rebeldía.
A cada dos pasos tropieza y se aguanta las lágrimas, y cuando se le acerca el lobo manso con las fauces cerradas y ojos de luna, deja de correr y estalla en rebeldía.