Dante Alighieri

Como todos sabréis, hace dos días fue la sonada fecha de San Valentín.
Y con motivo de dicha celebración, el Cuerpo Nacional de Policía publicó un desacertado tweet que no tardó en generar controversia hasta el punto de necesitar una corrección posterior.
Dejando a un lado la susceptibilidad de la gente y las ganas de buscar fallas hasta en el más nimio detalle, el mensaje del tweet estaba bastante claro pese a su ambigüedad: un beso de tu novio nunca es un beso "robado".
Esto no es sino una muestra de algo que está en el incosciente colectivo y que pasa desapercibido a ojos de la mayor parte de la gente: tu pareja no puede abusar de ti porque, al fin y al cabo, es tu pareja.
Sin embargo ¿cuánto tiene de cierta esa afirmación? ¿hasta qué punto es improbable que una persona cercana abuse sexualmente de ti?

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Más a menudo de lo que debería se suceden acciones que, dada la situación y el contexto, se pasan por alto con poco más que un breve instante de incomodidad, pero que denotan una intención que puede ir a más. Muchas veces los amigos se toman excesivas confianzas con nosotros e incluso la propia pareja puede actuar de forma bastante desacertada en situaciones en las que nuestras apetencias no coinciden.

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Es por esto que quiero dejar el mensaje bien claro: tus amigos y tu pareja SÍ pueden abusar de ti.

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La pregunta que más recibo de vosotros es "¿por qué?" y es curioso porque ni yo mismo sé por qué hice lo que hice.
Ahora, que como los necios me doy cuenta de las cosas tarde, lo veo tan claro todo que me parece tan... absurdo lo que hice, tan inútil, tan vacío y a la vez tan dañino.
Pero supongo que lo hice por lo mismo que se hace mal en el mundo: porque soy tóxico, venenoso, nocivo, malo; porque fui un egoísta que sólo pensó en sí mismo; porque fui un cobarde que vio más fácil el camino de la mentira que sacar la cara por la verdad. En definitiva, porque me metí en algo muy grande para alguien de mi calaña y no supe darle el valor que merecía cuando me lo demostraba cada día, tuve que esperar a destrozarlo, pisotearlo y perderlo para darme cuenta.

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Por eso una de las primeras lecciones que aprendí es que tenemos que ser consciente de lo que tenemos, de lo que nos regalan, valorarlo como realmente se merece y, sobre todo, darse cuenta de que los demás son personas como tú, y por tanto merecen que les trates mejor que a ti mismo, sobre todo cuando valen más que tú.

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Quiero dejar claro que os respondo a estas cosas para que no digáis que vais a ella porque no obtenéis respuesta. Alimentaré vuestro morbo con tal de que la dejéis tranquila.

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Sí, lo es.
Y también es cierto que, si eso es rastrero y miserable, lo que estáis haciendo vosotros con ella no tiene nombre.
Me da auténtico y verdadero asco que, incluso cuando ella está tratando de rehacer su vida, sigáis torturándola con algo de lo que no tiene culpa con el único fin de hacer daño.
No sé qué clase de personas sois, pero tened claro que ella está muy por encima de todos vosotros y toda la bilis que queráis escupirle, que no tenéis capacidad para hacerle sufrir.
Sólo estáis quedando como sucia escoria carroñera que busca sentirse algo mejor intentando hundir a personas que envidiais y que son claramente mejores a vosotros.
Y si lo que queréis es hacer daño a alguien, todo lo que queráis decir o preguntar del asunto, decídmelo a mí en vez de a ella, que yo sí lo merezco, y dejadle volver a estar feliz.

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Dudo mucho que con todo esto vaya a conseguir que dejéis de enviarle preguntas tratando de herirla, pero si algo he aprendido de ella es que siempre hay que intentar sacar el bien a la luz por mucho mal que se vea, aunque esto a veces se me olvide.

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Con olores, sabores, sensaciones.

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El rojo es un color intenso, dulce, cálido, tenso, que quema, huele a lumbre, que inspira riesgo.
El naranja es un color cálido, como la luz del sol al atardecer, agradable, con olor frutal.
El amarillo es un color punzante, que puede llegar a doler, que pica como el sol al mediodia en verano, que tiene un sabor ácido que te hace contraer la cara.
El verde es un color tranquilo, como una brisa suave que te trae el aroma de la hierba recien cortada, que te hace sentir en los pies el rocío de la madrugada. Pero el verde también puede ser un color opresivo, de bosque cerrado, con crujidos de ramas y un frío humedo que se cuela entre tus vértebras y te hace estremecer.
El azul es un color de contrastes, que tan pronto puede hacerte sentir como si volases, sintiendo la brisa matutina con el agradable contacto de un sol de enero, bajando por tu garganta un torrente de agua fresca en una calurosa tarde de verano; como puede sumergirte en las profundidades del océano, sometiéndote a una presión tortuosa, asfixiándote, sintiendo como te falta el aire y en su lugar sólo hay un agua helada y densa que no te deja ni tragar.
El marrón es un color neutro, que no transmite ninguna sensación intensa, pero que impone como impone la magnitud de un continente, la altura de una montaña, la fuerza de la tierra. Es un color que emana podredumbre, fangos, que impide moverte y respirar con facilidad. Pero también puede dejarte un sabor dulce en la boca, una sensación suave y viscosa en el paladar, el tacto del chocolate al derretirse entre tus dedos.
El rosa es un color dulce. Transmite suavidad, como una sábana muy lisa, como un peluche limpio. Se te pega en la boca, puedes masticarlo durante horas. Pero puede llegar a resultarte agobiante, a cansarte la mandíbula, hacer que te lloren los ojos.
El morado es un color complejo. Es solemne, como una gruesa manta que te cae sobre los hombros cuando tienes frío, como un brazo firme que te aferra antes de caerte. Pero, como esos símiles, puede agobiarte, hacerte daño, sentirte demasiado presionado y débil bajo su peso. Te da miedo respirar, te da miedo tragar saliva. Inspira terrores nocturnos y toxicidad. Peligro.
El negro es muy ambigüo. Mientras que puede inspirar solemnidad y rectitud, formalidad, seriedad y profesionalidad, hacerte sentir que estás ante algo importante que merece respeto; también puede inspirarte temor, hacia lo desconocido, hacia algo demasiado grande para comprenderlo, hacia algo que temes sin saber por qué pero que tienes una curiosidad por descubrir que puede resultar letal. Inspira frío, temblores, muerte. La llegada al final. El túnel antes de la luz.
El gris es el color de la mediocridad. No destaca, hace ver algo como inamovible e inalterable, sólido pero sin posibilidad de adaptarse. Te rompería los dientes si trataras de comerlo, te ahogarías si lo respiraras, pero no puedes cambiarlo.
Y el blanco transmite pureza, asepsis, antinaturalidad, quema.

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Precisamente hace un par de días vi un capítulo de Shameless en el que se provocaba una trifulca por ese mismo asunto, que el cliente no había dejado propina a la camarera.

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Quizás porque he nacido en España y la idea de la propina es esa, pienso que la propina es un dinero extra que le dejas al camarero porque crees que ha hecho especialmente bien su trabajo, bien sea por su celeridad, su buen trato o su profesionalidad en general. El camarero no vive de la propina, vive del sueldo que le pagan en el establecimiento, por lo que no estás obligado a darle propina a una persona cuyo forma de hacer su trabajo no te ha agradado o, incluso, te ha molestado.

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Sin embargo, en Estados Unidos es obligatorio (no sé si por ley o por tradición) dejar siempre propina en los establecimientos, poniendo el propio local la cuota de propina que debe dejarse como mínimo (un 15, un 25 o incluso un 40%). Supongo que allí el sueldo de camarero es bastante reducido y obligar a dejar propina es la manera que tienen los empresarios de ahorrarse dinero en los contratos, ya que es el cliente el que paga parte del sueldo del empleado, a parte de pagar por todo lo que ha consumido.

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Así que, por si no ha quedado claro, mi postura es que las propinas no deberían ser algo obligatorio, si no una gratificación voluntaria a una persona que ha hecho un gran trabajo.

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Ese amor adolescente.
Ese amor adolescente de risas tontas, de risas jóvenes.
Ese amor de piques de segundos, de puñetazos en el brazo y abrazos que desprenden energía.
Ese amor de escribir algo bonito y esconderte, con vergüenza porque te lea, porque te conteste.
Ese amor de mejillas ruborizadas cuando se entrelazan las manos, de vellos erizados cuando se mezclan los alientos.
Ese amor de sexo tembloroso, de pasión más que de técnica, donde los cuerpos buscan fundirse en uno sólo.
Ese amor de orgasmos explosivos, de caras contorsionistas que retratar para colgar en tu habitación.
Ese amor de tardes dibujándole un regalo, de noches regalándole tus versos.
Ese amor trémulo, no de miedo si no de energía contenida, con la intensidad de una llama y las mismas ganas de quemarlo todo.
Ese amor de revolcarse por la hierba, de tirarse bolas de nieve, de estar contando tonterías hasta que despunte el sol.
Ese amor de colchones en el suelo, cigarros a la mitad, música a medio tono y besos sonrientes que dejan ver más diente que labio.
Ese amor de sexo en la cocina, en el sofá, en el suelo, en la calle; de sexo donde sea, pero entre vosotros.
Ese amor de lenguas abrazadas, de salivas con marea alta, de manos recorriendo el cuerpo como si fuese la primera vez que se encuentran.
Ese amor de primeras horas, en el que el tiempo pasa volando estando juntos y se detiene separados.
Ese amor de magia, de ilusiones, de para siempre.
Ese amor de celos en el pecho, de envidia en la cabeza, de ganas de meteros juntos en un cofre y tirar la llave.
Ese amor de lágrimas desconsoladas y angustias tortuosas.
Ese amor de manos recogiendo el llanto, de besos bebiéndose angustias.
Ese amor que siempre llega y no quieres que se vaya, pero en el que siempre metes la pata porque eres nuevo en él, porque tienes la cabeza en las nubes y hormonas por neuronas.
Ese amor que sientes como un puñal si lo pierdes y pasas la vida entera tratando de recuperarlo.
Ese amor que necesita de mil oportunidades, porque es jóven e inexperto, porque apenas ha crecido y le queda mucho por aprender.
Ese amor de acné por todo el alma, de nuevos descubrimientos a diario.
Ese amor que, si lo tienes, has de aferrarlo como si el tiempo no existiese, porque quizás cuando quieras recuperarlo ya hayas crecido demasiado.
Ese amor adolescente.

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Llora sangre, pecador, que esas lágrimas van dirigidas a ensuciar tu alma y no limpiarla, pues lo impuro no se limpia con sufrimiento, si no con cambio. Recuerda a aquellos que murieron y resucitaron como seres nuevos, a todos aquellos que recorrieron el mundo con mente divina y pies benditos.
Pero eso no te librará de tu pena, tu castigo, tu condena. Una llaga se abrirá en tus carnes por cada falso testimonio.
Arráncate una uña por cada estrella que apagaste, despréndete de un mechón por cada alma que torturaste.
Y abre heridas con el látigo por cada herida que abriste con tus actos.
Sólo entonces comprenderás el dolor que inflingiste, pues ha quedado demostrado que el ser humano nunca aprende del dolor hasta que no lo siente en sus propias carnes, ya que, por mucho que se sienta el piel propia el sufrimiento ajeno, jamás será tan vivo como cuando supura el alma de uno mismo.
No serás mártir, ni tampoco santo, pero puedes librarte de ser un alma en pena si aprendes a comprender que los demonios no son malos y tampoco los ángeles bondad, sino que el regalo puede venir de pezuñas con olor a azufre y el castigo de un par de alas coronadas por un halo. Y el humano, débil por naturaleza, tiende a escudarse en la mentira y el miedo para no enfrentarse a la realidad, pero ante la realidad, la verdad irrefutable, nadie puede esconderse, pues arrasa con todo como los cuatro jinetes del Apocalipsis.
Así que arrodíllate ante las buenas acciones y besa esos pies, arrodíllate ante las malas acciones y sé maestro de esa mente. Deja de mirar a las personas como si estuviesen inmóviles en un estante y aprende a ver los actos, a darles el valor que merecen y actuar en consecuencia.
Así lo expongo yo, pues las órdenes no son necesarias cuando se trata lo evidente, el Sentido Común, ese al que tantos callan por temor a lo que puedan escuchar.

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Oye, Ask, no te entiendo.
Me has borrado las dos últimas respuestas sin motivo alguno, supongo que porque el anónimo que me las ha mandado las ha denunciado después de irse con el culo escocido.
Así que repito lo que ya he dicho:
NO, me avergüenzo y arrepiento de muchas cosas, pero no me avergüenzo de decirle a @ChiiRosenrot lo que siento por ella y me la sopla mucho que vosotros, anónimos amargados sin otra cosa que hacer que intentar hundir a los demás, o quien sea penséis que hago el ridículo por decirle que le amo sin que me responda o porque opinéis que ella ya no lo siente por mí.
Me da absolutamente igual lo que opinéis vosotros, sólo me importa lo que piense ella, y no le digo lo que siento porque quiera que me lo diga ella, sino porque quiero que lo sepa.

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Y aquí, los demás, ni pincháis ni cortáis.

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Me regalaste mil sinfonías a golpe de orgasmo, con susurros de amor tras las orejas, con caricias interminables de tus uñas en mi espalda. Y yo te pagué con puñales enterrados en veneno, me hice con una deuda que mi vida no puede cubrir.
De qué me sirvieron otros cuerpos, otras lenguas, si no tengo melodías que me alegren, que recorran mis entrañas, que me hagan sentir vivo dándole sentido a mis latidos.
Me prestaste el firmamento y me dediqué a provocar supernovas que resonaron bajo tus costillas, manchando la piel de sangre y los huesos de pecados.
Y no alcanzo a comprender por qué, si fuiste mi Big Bang, yo me dediqué a poner explosivo en tus pilares, tirándonos la Creación encima.
Me enseñaste a escuchar el aire, a probar la luna, a escoger estrellas entre nieblas de tormenta. Cubriste con tu manto a un ser inmundo y te vendió por treinta monedas de plata, que no le supieron más que a óxido en la boca. Y ahora yo, que me resbala esa inmundicia por los poros, me arrodillo arrepentido, esperando con agua templada por si regresa uno de tus pies y vuelvo a tener el honor de lavarlo.
No sé por qué existen religiones ni profetas, credos ni dioses, si cuando nos transmiten la verdad, la palabra bendecida, hacemos oidos sordos, tratamos al mesías como pecador y lánzamos a los ángeles por la borda. Tira tú la primera piedra, que será la última, pues el peso que cargas a tus espaldas es tal que Atlas ya no existe, que los años se han perdido por la cordillera de tus vértebras.
Nunca aprendí realmente a leer las estrellas, a creer en la fuerza de los astros, pese a absorber como esponja tus enseñanzas. Pero ahora, que he tirado a la maestra de la tarima con decadente arrogancia, sólo creo en la verdad solar que desprenden tus ojos, tratando de iluminar el mundo pese a toda la mugre que lanzamos tratando de cegarlos. Con miedo, con temor a descubrirnos a nosotros mismos, a ver nuestros propios pecados, nuestra desnudez, nuestro verdadero ser. Y es que con tu mirada desnudas, no el ropaje sino el alma, e iluminas el camino con baldosas amarillas que siempre se mantienen limpias. No es potestad tuya el que se recorra, pero derramarás tu sangre si hace falta con tal de que no vuelva a perderse la gota escarlata de algún inocente.
Déjame escribir tu Biblia, pues tu palabra será la que enseñe, la que le demuestre al mundo que la bondad prevalecerá por muchas veces que se niegue.
Tengo las manos manchadas de sangre, la piel de cenizas, y aunque intentase lavarme no se iría de mi cuerpo la marca de Caín, grabada con culpa en cada poro. El asesino sufrirá tortura perpetua cuando el mártir se libere del peso fútil de su cuerpo, cuando su alma pueda volver a extender las alas que otros retuvimos con cadenas.
Y si no resucitas al tercer día, lo harás tras veintitrés, o veintitrés veces esa cifra.
Pero nada acallará el rugido del león, que es el despertar de la vida, la venida del sol, el comienzo de los tiempos, el principio del fin.
El Génesis.
Tú.

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