Pensamientos

No, no, no, los psicólogos y eso sólo le harían agobiarse más y estar más convencido de sus pensamientos y acciones. Cuando alguien te intenta convencer de algo mucho, muchísimo, tú lo único que haces es ser orgulloso y aún más obstinado. Le hablaría yo y le diría exactamente esto:

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¡Eres un hijo de puta! Piensa en tu madre. ¿Qué sentirá ella cuando vea tu piel desgarrada, tus huesos rotos, tu rostro irreconocible? ¿Dónde habrá ido su hijo? Eres un egoísta. Un maldito egoísta. ¿Crees que eres el único que sufre? ¿Eh? ¿Crees que yo no sufro? Hay días en que me gustaría desaparecer, pero prefiero ser valiente y afrontarme a mis problemas, porque eso forma parte de vivir. ¡Pero que me da igual! ¡Sé un cobarde! ¡Sélo! ¡A mí no me incumbe! Pero que sepas que no será agradable notar tu cuerpo aplastado sobre el suelo, completamente plano, tu nariz ya sin ser nariz, tu mandíbula al fondo de todo de tu cráneo, lengua partida, tu brazo torcido en un ángulo en el que no debería estar, tu muslo derecho hecho pedazos y tu otra pierna cortada por la rodilla. Éxtasis. Tus últimos instantes en este mundo cruel pero intenso, vivo, serán los peores que habrás experimentado en tu vida, y desearás jamás haberte subido a este puente. Terrorífico, inmensamente más grande que cualquiero otro dolor que hayas sentido. Pero tírate. Desperdicia aquél buen recuerdo; sí, ese. Ese momento en el que estuviste feliz. Fue precioso, ¿verdad? Y desperdicia la vida de tu padre, también; llévatela contigo, que tenga un final sangriento y que sepa a cemento. Porque él, sin ti, no volverá a sentir la felicidad. Te quiere incondicionalmente y así se lo agradeces. Pero tú tírate, que más vale morir, estar en la eterna oscuridad, que hacer sonreír a tus padres. ¿Y tu hermana pequeña? Dirá, cuando vea a tus padres llorando: "¿Papá? ¿Mamá? ¿Por qué lloráis? No estéis tristes." Y ellos, sollozando y con los dedos presionándose los ojos, le acariciarán suavemente la cabeza y le dirán: "Cariño, no te preocupes. Todo irá bien." "¿Y Miguel?" preguntará entonces, sus ojos humedeciéndose. "¿Dónde está Miguelito? No... no volverá... ¿verdad?"

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Almohadas ahogando gritos y llantos cada noche durante años.

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Pero tú tírate, y salta, y sé aquello por lo que el ser humano es más reconocido; egoísta.

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Se te acerca para irse y hacerte daño, te sonríe y te apuñala, aunque supongo que eso ya está muy visto y oído, aunque también supongo que por algo lo estará: porque pasa. Baila conmigo, va baila, ¡bailo! No bailes, que no me gusta tu vestido, prefiero ése. Hijaputa. A mí tampoco me gustaba tu vestido... No, que, ahora que lo miro bien, es chulísimo. Me encanta. ¡Ay! ¡Graci–! Eh. Que era broma. Pim, pam. Ve y vuelve, y vuélvete a tropezar otra vez. Ay, cuántos clichés concentrados en un párrafo. ¡Que te quiero! ¡Sí! ¡Muerta! Haberlo dicho antes. Otro día. ¡Qué vestido más bonito! ¡Me encanta! ¿Seguro? Te lo juro... ¡Graci–! Para mi abuela. Ay. Se gira, riendo, y te deja ahí, intentando averiguar lo que acaba de pasar. Sí. Que no te quiere. Hasta que le dices: ¡EH! ¡QUE VISTES FATAL! ¡QUE VISTE MEJOR MI HÁMSTER QUE TÚ! ¡QUE TE HACE AÚN MÁS GORDA DE LO QUE ESTÁS! Y ella dice... pues a ti te queda muy bien. Y tú no le das las gracias; le pegas una bofetada y le gritas: ¡SÍ! ¡MIRA QUÉ BUENA ESTOY! Y te desnudas delante de los pasos de baile, las luces intermitentes y la música barata. Ella te mira, perpleja, de arriba a bajo, y tú te lanzas encima suyo: hija de puta. Esto, por herirme; esto, por mentirme; esto, por reírte de mí; esto, por manipularme; y este, este puñetazo, simplemente porque eres fea de cojones.

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