Tenía varios días encarcelada en aquella habitación. Alguien la había llevado a ese lugar pero no lo recordaba bien. Las ventanas estaban tapadas con papel periódico impidiendo así la entrada de la luz, estaba todo muy oscuro, la humedad del lugar le daba un aire bastante asfixiante.
No podía moverse, estaba encadenada; el suelo de roca le hacía daño en la piel cada que cambiaba de posición. La profecía era cierta, ahora estaba segura de ello. De nada le habría servido escuchar los comentarios de sus parientes: "No salgas al bosque de noche". Ella era la elegida para ser víctima de la humillación de aquellos seres que los pobladores de Veronna trataban como inferiores: los hechiceros. Era difícil que un hechicero atacara a un ser humano, a excepción de las muchachas vírgenes que acostumbraban pasear solas por el bosque. Desde luego, los veroneses no permitían que sus hijas hicieran tremenda acción, no querían que sus crías fueran usadas para los ritos satánicos que estos seres hacían, pero Verónica era huérfana y temeraria. Y ahora a merced de lo que los hechiceros le hicieran.
Escuchó el crujir de una puerta: venían por ella. Lo último que pudo ver antes de morir, fue el rostro de un hombre maduro sin un ojo, la nariz chueca y aguileña, los dientes podridos mostrándose en una sonrisa y un mazo aproximándose peligrosamente a su cabeza.
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Nombre: Te dejaré (si me permites y para que puedas elegir) un nombre de mujer y otro de hombre: "Estefanía" y "Mauricio".