Háblame sobre el amor.
Creo que en respuestas anteriores he hablado de manera prolija sobre ello, aunque puede que también en esos momentos haya estado influido de alguna manera por mis estados anímicos, cambiantes y turbulentos, como lo es la esencia misma amor y otros sentimientos contrarios.
De igual modo me explico: creo que el amor es cambiante, se transforma constantemente, nunca es el mismo; aumenta o disminuye en virtud de su autenticidad, circunstancia, fuerza y verosimilitud, pero, de existir, de ser real, jamás desparece, aun en la separación, aun en la imposibilidad. Aunque es muy fácil percibir que lentamente se desvanece o que los caminos del amor colindan con los del desprecio y el odio, cuando la experiencia humana más banal así lo demuestra, es decir, las relaciones cotidianas que son, en la mayoría de los casos, un espejismo de su propio engaño, de su propia trampa.
El amor es una experiencia alucinante y poderosa, ciertamente, milagrosa, pero no es banal, no es superficial. Y la banalidad es la columna sobre la cual se sostiene nuestra sociedad, tan imbuida en el consumo demente, el utilitarismo, el egotismo, la meritocracia malsana y la conmiseración (hacia uno mismo y ante el cariño del otro, también hacia sí). Y una sociedad así de enferma no puede saber lo que significa amar. Ha casos extraordinarios, claro, pero es difícil conocerlos. Tampoco quiere decir que debamos calificarlo de acuerdo a nuestra ridícula decimonónica costumbre de enmarcarlo en las categorías morales del bien y el mal. Sólo sigue un curso diferente. Así de abstracto. Así de incoherente.
Aunque pudiera ser también una invención humana para huirle a la conciencia de la muerte, una forma de justificar la vida. Una huida de la soledad. Una forma de ensalzar la irracionalidad o quizás es, como dice Schopenhauer "una inclinación tierna que procede del instinto natural de los sexos para reproducirse, y que alcanza su más alto poderío cuando la voluntad individual se transforma en voluntad de la especie", Es decir, una propulsión carnal, un instinto de preservación salvaje y animal que la razón romantiza, entonces sea falso todo lo que dije al principio. Es, en fin, un estado de gracia. Lamentablemente, al ser tan fugaz, el amor acaba siendo un estado de desgracia inmediatamente. He allí el origen de la confusión.
De igual modo me explico: creo que el amor es cambiante, se transforma constantemente, nunca es el mismo; aumenta o disminuye en virtud de su autenticidad, circunstancia, fuerza y verosimilitud, pero, de existir, de ser real, jamás desparece, aun en la separación, aun en la imposibilidad. Aunque es muy fácil percibir que lentamente se desvanece o que los caminos del amor colindan con los del desprecio y el odio, cuando la experiencia humana más banal así lo demuestra, es decir, las relaciones cotidianas que son, en la mayoría de los casos, un espejismo de su propio engaño, de su propia trampa.
El amor es una experiencia alucinante y poderosa, ciertamente, milagrosa, pero no es banal, no es superficial. Y la banalidad es la columna sobre la cual se sostiene nuestra sociedad, tan imbuida en el consumo demente, el utilitarismo, el egotismo, la meritocracia malsana y la conmiseración (hacia uno mismo y ante el cariño del otro, también hacia sí). Y una sociedad así de enferma no puede saber lo que significa amar. Ha casos extraordinarios, claro, pero es difícil conocerlos. Tampoco quiere decir que debamos calificarlo de acuerdo a nuestra ridícula decimonónica costumbre de enmarcarlo en las categorías morales del bien y el mal. Sólo sigue un curso diferente. Así de abstracto. Así de incoherente.
Aunque pudiera ser también una invención humana para huirle a la conciencia de la muerte, una forma de justificar la vida. Una huida de la soledad. Una forma de ensalzar la irracionalidad o quizás es, como dice Schopenhauer "una inclinación tierna que procede del instinto natural de los sexos para reproducirse, y que alcanza su más alto poderío cuando la voluntad individual se transforma en voluntad de la especie", Es decir, una propulsión carnal, un instinto de preservación salvaje y animal que la razón romantiza, entonces sea falso todo lo que dije al principio. Es, en fin, un estado de gracia. Lamentablemente, al ser tan fugaz, el amor acaba siendo un estado de desgracia inmediatamente. He allí el origen de la confusión.
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