UnDemiurgo

"¡El arte y nada más el arte! Es el gran posibilitador de la vida, el gran seductor para la vida, el gran estimulante de la vida. El arte como la única fuerza superior y contraria a toda voluntad de negación de la vida, como lo anticristiano, antibudista, antinihilista por excelencia.

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-El arte como la liberación del que conoce, del que ve –quiere ver– el carácter terrible y enigmático de la existencia, del que conoce trágicamente.
-El arte como la liberación del que actúa, del que no tan sólo ve sino que vive –quiere vivir– el carácter terrible y enigmático de la existencia, del hombre trágico y guerrero, del héroe.
-El arte como la liberación del que sufre, como camino a estados donde el sufrimiento es querido, transfigurado, divinizado, donde el sufrimiento es una forma del gran éxtasis..."

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Con Arte, sin lugar a dudas. Estamos errados al concebir la inteligencia en virtud del grado de racionalidad, de erudición, destreza mental que posea una persona para comprender y elucidar los fenómenos que conforman esta caverna platónica a la que llamamos realidad (esto incluye la individualidad que desarrolla todo ser, su identidad, eso que llamamos Yo), y, en suma, del mundo de las ideas, esto no es más que una mentira más, pues si bien es cierto que lo anterior estimula la lucidez, no manifiesta la inteligencia de una persona, al contrario puede destruirla y, en el mayor de los casos, convertirla en instinto asesino, de fuerza volcada a la tiranía y la maldad, y te explico por qué mediante un ejemplo: Occidente, en ausencia de humanismo y sensibilidad, utilizó al Holocausto para exculparse de todos sus holocaustos cotidianos, para excluir al nazismo de la especie humana y reducirlo a una figura extraordinaria representante del mal. Pero el nazismo fue el triunfo de la Razón (de donde provienen, precisamente, los conceptos y categorías de Inteligencia que tanto influyen en nuestras vidas cotidianas, sobre todo en nuestras vidas sociales y académicas), del triunfo de las ideas, de los ideales, del espíritu, de la fe, del pueblo, de la tribu, de la nación, de la unidad, de la perfección, de la modernidad... Y todos estos nefastos componentes forman parte de nuestra presente cultura y forjan incesantemente nuestro estilo de vida. Todos somos Hitler, quien crecía ser la más alta e inequívoca representación de la inteligencia humana, que lo era, el desgraciado, pero ya conocemos el parásito en que devino ese ideal y esa manera "inteligente" de pensar. Por todo esto, y justamente por lo contrario, pienso que la inteligencia también puede manifestarse mediante la rebeldía, la inconformidad, el desdén y la sensibilidad, que esto no es más que el motor que impulsa la vida... ¿Pero a quién queremos engañar? El occidental es un hipócrita que jamás se hace cargo de sus errores, que siempre se considera a sí mismo una buena persona, que se victimiza culpando sistemáticamente al otro y que no está dispuesto a pagar por sus actos. En conclusión, es un ser despreciable. Es algo que noté en la mayoría de las películas occidentales. Y en la propia vida. Incluso, en mi propio accionar. Por lo cual, me temo que si queremos ver una auténtica y genuina manifestación de inteligencia humana, debemos virar nuestros miopes ojos hacia otras tierras, y por qué no, hacia otras especies, otras latitudes y otras formas de vida, empezando por comunidades de bestias salvajes como los Lobos o los Gorilas, hasta las entrañas de una comunidad primitiva del profundo amazonas. A mi juicio y para terminar, la manifestación de inteligencia yace en la capacidad de sobrevivir a las catástrofes, por más dura y potente que estas sean... Y los humanos, ni de broma llegamos a ese eslabón de naturaleza superior...

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¿Me hablas de dignidad humana? ¿Origen divino? ¿Turbación causada por mis comentarios? Esas son las cosas que más detesto de los humanos, su impúdica y pueril sensación de grandeza frente a sí. El mundo actual me deprime, me da náuseas, y la gente me aburre, por su despreciable afán de actuar con obviedad, de hacer lo que todos hacen, de repetir hasta el hastío la opresiva rutina dictada por este estúpido y perverso capitalismo. Antes tengo que confesar que me siento un completo extraño y que la belleza que puedo concebir es ajena a un mundo estruendosamente sordo (y ciego). Ya lo dije, no tengo diálogo alguno con esta época ni con sus súbditos y el único destino posible es una fatídica y heroica soledad. Por otro lado, esto no me afecta en lo más mínimo. Después de todo, el rechazo es mutuo. Y no me desalienta en lo absoluto el hecho de saber que sólo soy un primate civilizado condenado a la infernal comunión con la razón. Lo importante no es la coherencia. Lo importante es tener el valor para romperla en mil pedazos.

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Por último, trata de conseguir y leer este interesante libro que propone al romanticismo no solo como oposición a la modernidad, sino como oposición al capitalismo, su más acérrimo enemigo.

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