El váter no me dirigiría la palabra, eso seguro. Aunque es muy probable que optara por escupir a todo ser viviente agua en plena cara, inclusive de la amarilla y de ponerse algún tipo de tapa de castidad.
Los sofás se pondrían en plan refinados tiquismiquis, diciéndome con aires de grandeza que hiciera el favor de no permitir a plebeyos de flatulencias bajas sentarse encima de ellos.
El papel higiénico huiría por banda, el frigorífico se saquearía a sí mismo y la cubertería montaría una rebelión contra la humanidad junto a sus fieles compañeros los despertadores.
La televisión emitiría la porno del plus continuamente y haría comandilla con el mando y el DVD para grabarlo y rebobinar el tema cuantas veces quisiera. Mientras tanto, el ordenador se pondría en marcha para urdir su inolvidable y pérfido plan de reproducción masiva de agentes infecciosos microscópicos acelulares, plagando con estos los sistemas informáticos de los deficientes mentales que se dedican a traumatizar visual y neurológicamente en redes sociales varias.