UnDemiurgo

¿Por qué lo harían? ¿No es lo que somos acaso, estúpidos monos con ínfulas de trascendencia, expansión, respeto y voluptuosidad? Lo que debemos entender es que aunque leamos a Nietzsche, escribamos poesía o escuchemos Lou Reed, no somos deidades con poderes extraordinarios sobre los demás. Llevo semanas sin conversar con nadie, en un estado de soledad absoluta. Estoy pasando por un período muy obscuro donde el aislamiento y la soledad son la única vía posible. Mi reclusión es tal que, aún hallándome en la calle y hablar frente a otros, un silencio monumental envuelve mi mente y me hace sentir tan lejos de todo. Me desagradan los intelectuales, esos con demasiadas cosas que decir, los entusiastas con sus razonamientos de toda índole. Quizá me exprese como un resentido, pero sólo estoy hastiado. Y agotado de la estupidez e insensibilidad humana. Todos somos monos. No somos otra cosa. Y algunos monos son bien idiotas, como yo. Piensen lo que quieran, qué más da.

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No sé si tu pregunta va en serio; además no la logro comprender del todo porque por un lado describes lo que para ti representa un problema físico, de salud, pero por otro lado, cuando concretas la pregunta, haces alusión a posibles prismas psicológicos que pudiesen justificar todo lo anterior, y que bien podrían solucionarse mediante métodos que hasta ahora no hayas aplicado porque los desconoces, teniendo entonces orígenes en la manera en que percibes estéticamente a tu persona. Por lo tanto, no puedo darte una opinión más o menos concreta porque desconozco las razones por las cuales pareces de este problema. Pero entiendo tu malestar. Y asumiendo que tu problema sea exclusivamente físico, es decir, que derive de alguna enfermedad (retención de líquidos en el cuerpo, originado por los ajustes de tus ciclos menstruales, formación de quistes o una hipertrofia en tus senos), lo más ideal sería hacer una cirugía de mamoplastia o reducción quirúrgica del tejido hipertrofiado de tus senos. Si bien no son enfermedades que puedan curarse de manera definitiva, con controles y tratamientos posteriores seguro te ayudará considerablemente, porque lo que sí es definitivo es que con vendas y cremas reductoras (eso huele a cochina propaganda capitalista), ni te estás ayudando ni estás solucionando nada, más que superficialmente o temporalmente. Ahora bien, si he de asumir que tu incomodidad es estética y tus senos estén en perfecto estado, está bien que quieras cuidar tu cuerpo, pues cultivarlo es también una deferencia para el otro, es una forma de demostrarle al otro que te importa, pero yo te recomendaría que dejes de usar esas cremas y esas vendas inútiles, pues no existe nada que haga a una mujer más sexy, hermosa, interesante y natural que se acepte y quiera tal cual es, sin complejos, sin pretensiones de modificar su cuerpo envenenándolo con plástico barato o químicos basura por los capricho de una sociedad parasitaria insensible que odia cada día más a la mujer, y que no entiende la belleza. Creo que lo único que puede hacerte daño, y uno muy profundo, es que te sientas incómoda por como eres, por la forma de tu cuerpo. Eso es lo que debes combatir. Y a la mierda quien no te quiere como eres: tu opinión es lo único que te ha de importar.

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¿Y no somos acaso hormigas diminutas e insignificantes dentro del Cosmos, dentro de una ciudad, dentro de un edificio repleto de chatarra amontonada a causa de una febril y absurda adicción al trabajo incesante y a la persecución autómata e imbécil de un mismo objetivo compartidos con una comunidad? Los solitarios solemos abstraernos del mundo para observarlo desde afuera (o desde adentro), con la ingenua y obstinada ilusión de que encontraremos cosas grandiosas por medio de ese aislamiento (casi metafísico) del entorno, pero que finalmente resulta decepcionante, inverosímil, nihilista. Los solitarios que alucinan con hormigas (¿tú alucinas con hormigas?), quizá evocan en sus reflexiones diagramas analógicos entre lo que somos frente al Cosmos, la intensa labor de seguimiento del mediocre mundo que hemos forjado, a la par con el sistema de las hormigas, tan laboriosas, tan estables, tan perfectas, frente al ojo humano. El solitario odia la semejanza que halla entre ambas formas corpusculares de vida; él alucina con aquello que odia, y que, no sin cierto morbo y maldad, anhela aplastar y destruir. O, muy por el contrario, puede que se deba también a un íntimo deseo de estabilidad pero, ¿por qué ansiamos la estabilidad? Las grandes crisis crearon la diversidad de la vida. La estabilidad es un punto muerto. Es hastío. Los organismos que prevalecen son los que tienen que luchar contra su entorno. Los que tienen que hallar mecanismos nuevos para sobrevivir, tal como lo hacen las hormigas. La complejidad surge de la dificultad. Los inadaptados somos la única esperanza que tiene esta humanidad. Los que trituramos sueños. Y rompemos corazones. Los que vemos la mentira dónde otros solo buscan aferrarse a ella por temor a la incertidumbre. Por temor al cambio. Por temor a nuevos mundos desbaratadores de cimientos. La pereza, la adaptación, la negación al cambio, son aberraciones de la naturaleza condenadas a la extinción. Los chicos malos somos el martillo que forja el único porvenir posible.

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Las relaciones de pareja si, siempre lo son. Es que amar supone pagar un precio muy alto por una ilusión de felicidad que no permuta en el tiempo y el espacio en que se desencadena. En un sentido filosófico, hay que abandonarse a sí mismo, dinamitar su propio yo, anclarse absurdamente a un sentido de infinitud hacia la vida cuando esta no es más que una sucesión de instantes y oportunidades desperdiciadas (sea cual sea la naturaleza y circunstancias en que esta se presente) y cometer toda clase de asesinato a la propia individualidad para que dicho amor pueda llegar a su culmen y consumarse como las duras y milagrosas experiencia que nos catapulta a los límites de la vida que nos forja y hace fuertes, a las vivencias sublimes que nos glorifican y pulverizan duramente para volver a renacer en un escenario de perpetuo caos; porque de eso se trata, al fin de cuentas, el amor, la unión casi espiritual con el otro, el arrobamiento demencial que nos conduce a lo incierto, lo desconocido, al abismo infinito de la lucidez y la perplejidad, a nuestros denostados sentidos primitivos de animalidad que se desata en las pasiones más insólitas y los amores más transformadores y bellos. Porque sí, el amor transforma, crea, desata, conmueve, exalta, modifica, potencia, consume, pero nunca resulta seguro, irrompible, inmune. La mujer que esté conmigo debe saber que soy un amante trágico, que, una vez desatada las esplendorosa pasión y el arrobamiento total, las puertas de la tragedia, el desencanto, el caos pueden también quedar abiertas. Y ser empujados con fuerza hacia ellas, cual si un enorme hoyo negro nos absorbiese con su poderosa gravedad y nos devorara sin piedad. Sin nadie que lo pueda impedir.

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