Mi madre me alcanzó en las puertas del salón donde se encontraban los invitados no invitados y solo pudo poner su mano sobre mi hombro para apretarlo, en señal de apoyo. Le sonreí con nervio y asentí a los sirvientes. Volví mi rostro serio y esperé que me anunciaran.
—Su alteza real, la reina Hürrem y su madre, la reina consorte.— las puertas se abrieron y en realidad...no fue lo que esperaba.
Si bien, no esperaba que fueran bárbaros desalineados...tampoco esperaba ver a la aristocracia andando. Parecían guerreros, guardas o soldados. Di algunos pasos cuando estos romperon la formación y se distribuyeron a lo largo del salón, sentándose en el suelo...ignorando las sillas que estaban ahí. Solo uno de ellos, quien parecía más grande y sabio ‐no solo por su apariencia mayor‐, se sentó en la silla que estaba a mi izquierda, no muy lejos pero tampoco tan cerca de mi.
—Tome asiento, majestad. Venimos en paz, no tenemos motivos para atacar su próspero y encantador reino.—Asentí con cautela y me senté con suavidad en la silla a la cabecera. Entro pues, el señor de la guerra, con un semblante frío y calculador. —Debe saber, su majestad, que estábamos deseosos de conocerla. No es propio que un reino tenga una mujer al frente ni que lo gobierne de una manera maravillosa.—Le di una pequeña sonrisa mientras esté giraba a ver al recién llegado para indicarle que se sentara al otro extremo de la cabecera. Sus ojos recorrieron todo el salón y sus guardias caminaron hacia las tres salidas y las ventanas de este. —No venimos a pelear pero solo queremos saber...¿Por qué?— esa pregunta me descolocó, y me hizo voltear a ver al hombre más grande.
—¿Por qué?—volví a repetir, en tono de pregunta, dando a entender que no entendía a qué se refería.
—Usted no ha considerado atacar el norte, ni meterse con otras especies...incluso las protege. ¿Sabía usted que su reino tiene población elfica?—Dijo, como no queriendo la cosa. Quizás creía que iba a atacar a mi propio reino después de que se fueran.
—Lo hago. Vinieron ha hablar conmigo una vez que mi padre murió, no tenían a donde ir y el norte estaba muy lejos para ellos...sin provisiones o algún tipo de arma, podían ser presa fácil de cualquier humano u otro ser. —El más grande sonrió con calma. —¿Por qué desproteger a los más desamparados? ¿No es ese mi propósito? ¿Para que estaría en el mando si no es para servir a los demás?—
—Es una respuesta encantadora, su majestad. Nos da una idea de su corazón y pensamientos. Usted tiene un visión del camb...—
(Parte 1)
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