Amy

Pero qué sé yo de escribir cuando la escritura me cuesta tanto y la vocación es inexistente, ¿por qué esa idea absurda de escribir todos los días buscando el significado y el significante de las horas?
La musa trastabilla y desde el suelo veo sus bragas rosas, están sucias y adornadas con esquirlas de hielo. Pero así suceden las cosas. Soy la ausencia de padre. La alcohólica solitaria. La adicta a la cobardía. El rabo de la lagartija que fenece al sol. La pirotecnia sin cielo.

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Una fábrica de quimeras abandonada. La que pulsa el botón rojo antes de la explosión. Las ruinas a la luz del candelabro. Un revólver que ha perdido la fe en las balas. Soy uno de esos soldados que se negaron a seguir a Alejandro Magno más allá del río Ganges.

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La que divide todo en dos: conmigo o feliz. Poesía o amor. Salieri o el precario equilibrio de un clítoris sobrio. Y así me va, con este sempiterno aroma de lunes eterno, de caballos de sal, de pájaros azules quejándose por el exceso de poetas y la falta de poesía.

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No eludo la ternura en este epigrama separado por puntos. Sé que hay gente que me quiere, pero son incapaces de comprenderme. Y eso convierte su aceptación en una mentira, su compañía en una soledad ruidosa.

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Ya ni siquiera me siento viva con la música, cuando escribo. Lo siento, te pido perdón porque sé que es cosa mía, mi percepción, mi forma de enfocar las cosas, sé que no hay razón para quejarme…

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pero no puedo evitar sentirme así. Simplemente sobrevivo. Soy así: complicada, caótica, inservible, enamoradiza, ojos sin brillo y con miedo a los espejos, inmutable a invitaciones sórdidas.

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La vida, como siempre, tenía otros planes. Pero no quiero bailar con la nostalgia, prefiero pensar en la nieve, ese réquiem de luz apocalíptica, inundándolo todo. Y yo caminando hacía el sol mientras todo desaparece detrás de mí.

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Porque sufro la certeza que se esconde tras el cristal del segundero, y no, no quiero, no necesito más tiempo.

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Ya siento el cansancio, el veneno circulando por mis venas, actuando, desatando el instinto atávico de supervivencia. Subo el volumen, rechazo la llamada: no hay nada por lo que merezca la pena resistir.

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