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Alice Morft

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Vampiro: il diavolo del XXI secolo.

Alice Morft
Dios erró. Parece imposible, casi patético y ridículo pensar que el Creador cometió un fallo en su creación. Un eslabón torcido, un escalón roto, una línea descendente o ascendente que no siguió el patrón lineal correspondiente, que quizá se volvió discontinua. Un ser distinto, anormal, más hermoso que el mismo por el que Adán fue creado a imagen y semejanzas suyas, alguien cuyos componentes y elementos fueron, son y serán tan feroces como el mismo acero caliente que se enfría.
Cuando el Gran Cerebro extendió su mano para prender la chispa de la vida y se atrevió a bajar de su trono de oro escoltado de querubines, y con Eva enredada en su brazo izquierdo a punto de morder la mano que le daba de comer, no pensó en las consecuencias que aquel acto, en apariencia condescendiente y humano, iba a traer consigo.
"Hagamos al hombre a nuestra imagen y semejanza". El momento exacto en el que Dios creó a Adán, creó al monstruo tras las pestañas del varón, al murciélago debajo de su lengua, a la sed de poder goteando entre los dientes, la eternidad situada entre la carne y las uñas, creó ambición, forzada por un tercero en discordia, la serpiente. En el Jardín del Edén se creó aquello por lo que mi apellido es conocido en el mundo de las sombras: vampiro.
Y al Diablo, que parecía haber tenido algo que ver en medio de todo aquel caos, se le cortó la cabeza y se bebió de la fuente de su sabiduría: la sangre. El bien y el mal, destruidos, golpeados, magullados y humillados en el mismo día, favoreciéndose así una interesada confraternidad entre ambos extremos de la balanza espiritual, unidos con un mismo propósito: acabar con la criatura sumergida en prepotencia y arrogancia que acababa de nacer. Pero cómo acabar para siempre con algo que había roto la jerarquía y se había proclamado como único devorador.
En algún punto de la historia, el mismo humano antes creado se volvió en contra de su alfarero. Se detuvo, se miró a sí mismo y comprobó la pobreza de su imagen y la efímera fuerza de sus brazos. Señaló con dedo acusador al Gran Yo Soy, y algo dentro de sus entrañas cambió. Algo hizo clic en algún momento y se disparó la bala. La humanidad entera tan aprobada por Dios se acababa de extinguir. Y todos los pensamientos de Adán y Eva se habían vuelto rojos: eran incapaces de pensar en otra cosa que no fuera el cálido sabor cúprico, la efervescencia vital de la sangre.
Me llamo Alice Morft, soy la Eva, la hembra envuelta en piel de plata, la traidora capaz de morder la mano de Dios, la mujer de Adán, la hambrienta de conocimiento, la pletórica que se ríe en las sombras, aquella de la cual ni Dios ni Satán tienen aún noticias.

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