Lluvia.
Era temprano. No eran ni las nueve de la mañana. Al otro lado de la ventana las gotas de la lluvia se sucedían unas a otras sobre los charcos. Jaime sentía debilidad por sentarse frente a la ventana y, en silencio, admirar los colores que tomaban los árboles con aquella ducha tan natural.
Jem no tardó en escuchar los cortos pasitos que su hija hacía para llegar hasta él. Se había despertado sola. Finalmente, notó el tirón en la manga que significaba que Bianca había llegado. Jaime extendió entonces los brazos y la tomó, sentándola sobre sus rodillas para que ella mirara por la ventana también.
—Papá, no me has despertado —dijo ella entre bostezos y, milagrosamente, sin quejarse de que la hubiera tomado.
—Hoy vamos a pasar del cole. Nos vamos a quedar en casa, vamos a preparar chocolate caliente y que le den a las clases.
Se arrepintió en el acto de haber usado "que le den" al hablarle a la niña. Bah, tarde o temprano Bianca aprendería a decir cosas peores, para su desgracia.
—¿DE VERDAD?
—De la buena.
—Eres el mejor papá del mundo —contestó ella, aduladora. Todo por no ir al cole.
—Eso ya lo sé.
Jaime apretujó a la niña entre sus brazos, arrancando quejidos y balbuceos a Bianca que decían algo así como «eres un plasta».
Era cierto, iba a preparar chocolate caliente y, después, irían al cementerio a visitar a la persona que le enseñó a admirar la lluvia. Irían a dejarle flores a su esposa.
«Me gusta la lluvia. Es la ducha que se da la tierra, el baño de vida que siembra las flores. Es hermosa sin tratar de serlo, elegante como el vuelo de un vestido. No entiendo porqué a ti no te gusta, Jem.»
Jem no tardó en escuchar los cortos pasitos que su hija hacía para llegar hasta él. Se había despertado sola. Finalmente, notó el tirón en la manga que significaba que Bianca había llegado. Jaime extendió entonces los brazos y la tomó, sentándola sobre sus rodillas para que ella mirara por la ventana también.
—Papá, no me has despertado —dijo ella entre bostezos y, milagrosamente, sin quejarse de que la hubiera tomado.
—Hoy vamos a pasar del cole. Nos vamos a quedar en casa, vamos a preparar chocolate caliente y que le den a las clases.
Se arrepintió en el acto de haber usado "que le den" al hablarle a la niña. Bah, tarde o temprano Bianca aprendería a decir cosas peores, para su desgracia.
—¿DE VERDAD?
—De la buena.
—Eres el mejor papá del mundo —contestó ella, aduladora. Todo por no ir al cole.
—Eso ya lo sé.
Jaime apretujó a la niña entre sus brazos, arrancando quejidos y balbuceos a Bianca que decían algo así como «eres un plasta».
Era cierto, iba a preparar chocolate caliente y, después, irían al cementerio a visitar a la persona que le enseñó a admirar la lluvia. Irían a dejarle flores a su esposa.
«Me gusta la lluvia. Es la ducha que se da la tierra, el baño de vida que siembra las flores. Es hermosa sin tratar de serlo, elegante como el vuelo de un vestido. No entiendo porqué a ti no te gusta, Jem.»