©"Eras la luz de mi vida, ahora ya no, pues te has convertido en mi vida."
http://harakirisentimental.blogspot.com/2017/11/dientes-de-leon.html?zx=75ea78cc1c8b59ab
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«Las personas que más he amado en la vida están muertas. En su dulce mayoría. No hablo de una muerte subjetiva ni metafórica, del vaso medio vacío o de la alegría manida de un hasta luego que no es distinto a un hasta nunca. Hablo de la muerte. Con minúsculas. Del no retorno. Esa ráfaga cortopunzante que pasa sin avisar. Muertos. Podridos. Incinerados. Cada uno hizo un viaje diferente al mismo destino: d e s a p a r e c e r. De ellos aprendí que no hay algo como querer poco o mucho, sino querer mal. No puedes querer a cuentagotas, no puedes apretarte el estómago en una mano para ignorar las pulsaciones del cúmulo de nervios que se manifiestan en tu garganta con antorchas y estacas. No puedes querer más o menos que el otro. Sólo quieres. O no quieres. No hay punto medio. Cualquier otra inclinación no es más que una mentira que nos creemos para pensar que seguimos en control de nuestra acciones y que no nos va a romper la letalidad de ese último abrazo. Las personas que más he amado en la vida están muertas. Y cuando tardan demasiado en morir, las mato yo. Me mato por ellas. Seco el tallo que nutre sus hojas, me aplico una eutanasia con el espejo de guía para que así no puedan seguir floreciendo en mí y no hagan habitación en mi centro. Porque las raíces duelen. Porque se quedan, tiesas, enredadas en ti, contigo. Te succionan, te laceran. Cada vez son más y las sientes retorcerse en tus tripas aunque ya no fluya en ellas ningún tipo de vida, pero sí el recuerdo. Cuando la mala hierba crece, digo que me he dejado llevar. Siempre hay tiempo de corregirlo, aunque mientras más dejes correr los días más sangrará la incisión que dará paso a extirpar ese tumor parasitario que late ahí dentro, de apodo cariño adquirido por méritos de días cotizados estando ahí. Siempre hay tiempo, repito. Y lo dejo correr. Al final todos acabaremos igual: desconociéndonos. Muertos. Pero el amor es necio, como esas flores baratas, esos dientes de león que crecen entre las grietas de las aceras o a orillas de la autopista. Aunque les cortes el tallo y quemes con alcohol sus raíces. Crecen. Rugen. Vuelan.»
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«Las personas que más he amado en la vida están muertas. En su dulce mayoría. No hablo de una muerte subjetiva ni metafórica, del vaso medio vacío o de la alegría manida de un hasta luego que no es distinto a un hasta nunca. Hablo de la muerte. Con minúsculas. Del no retorno. Esa ráfaga cortopunzante que pasa sin avisar. Muertos. Podridos. Incinerados. Cada uno hizo un viaje diferente al mismo destino: d e s a p a r e c e r. De ellos aprendí que no hay algo como querer poco o mucho, sino querer mal. No puedes querer a cuentagotas, no puedes apretarte el estómago en una mano para ignorar las pulsaciones del cúmulo de nervios que se manifiestan en tu garganta con antorchas y estacas. No puedes querer más o menos que el otro. Sólo quieres. O no quieres. No hay punto medio. Cualquier otra inclinación no es más que una mentira que nos creemos para pensar que seguimos en control de nuestra acciones y que no nos va a romper la letalidad de ese último abrazo. Las personas que más he amado en la vida están muertas. Y cuando tardan demasiado en morir, las mato yo. Me mato por ellas. Seco el tallo que nutre sus hojas, me aplico una eutanasia con el espejo de guía para que así no puedan seguir floreciendo en mí y no hagan habitación en mi centro. Porque las raíces duelen. Porque se quedan, tiesas, enredadas en ti, contigo. Te succionan, te laceran. Cada vez son más y las sientes retorcerse en tus tripas aunque ya no fluya en ellas ningún tipo de vida, pero sí el recuerdo. Cuando la mala hierba crece, digo que me he dejado llevar. Siempre hay tiempo de corregirlo, aunque mientras más dejes correr los días más sangrará la incisión que dará paso a extirpar ese tumor parasitario que late ahí dentro, de apodo cariño adquirido por méritos de días cotizados estando ahí. Siempre hay tiempo, repito. Y lo dejo correr. Al final todos acabaremos igual: desconociéndonos. Muertos. Pero el amor es necio, como esas flores baratas, esos dientes de león que crecen entre las grietas de las aceras o a orillas de la autopista. Aunque les cortes el tallo y quemes con alcohol sus raíces. Crecen. Rugen. Vuelan.»
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