Todos los días me levanto a las cuatro de la mañana, me aseo, cocino, arreglo la casa y dejo todo preparado para mi madre y abuela. De ahí camino unos seis o siete kilómetros al trabajo, donde estoy desde las ocho de la mañana hasta las cinco de la tarde. Salgo, corro a la parada del bus a esperar coger uno para ir a mi otro empleo, y aquí el transporte es jodido (hay muy pocos buses por falta de repuestos and stuff). Una vez llego al sitio, debo subir unos dos kilómetros a pie, preparo la clase que daré y dicto hasta las 7:15 de la noche. Luego camino unos tres kilómetros hasta el metro, seis estaciones hasta la transferencia, luego cinco más, de ahí camino cuatro kilómetros en subida a mi casa, pasando por un senderito que ha matado a más de uno porque mi ciudad es un antro de mala muerte (?) y acabo llegando como a las nueve de la noche. Preparo la cena, me aseo, corrijo exámenes y dictados, y continuo trabajando hasta las dos de la mañana. Y así de domingo a domingo, exceptuando que los fines de semana trabajo en otras cosas, pero tengo el mismo horario.

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Pese a todo, me encanta ver el amanecer. Cuando regreso, las luces de neón en las calles -aunque es una zona roja y los establecimientos abiertos son en mayoría bares y night clubs de mala muerte- son bellas, es como estar en un parque de atracciones. Usualmente regreso con algún amigo, así que la charla hace ameno todo.

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No es una rutina que odie, pese a que es agotadora. Me encanta enseñar, todos los días espero ansiosa por salir de la oficina a dar clases, es mi pequeño momento de dispersión.