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Acta est fabula.
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En esta casa no hay luces encendidas porque me lastiman los ojos.
Y ahora que todo calla y tiembla bajito, en ovillo, me doy cuenta.
Estas sombras nunca se han ido.
«Quien nace lloviendo, vive llorando»; es algo que escuché muchas veces de niña. Cada junio es un diluvio en estas calles, y en aquellas, y en las otras. Llevo veintiún años saltando charcos sin la suerte de ahogarme en uno. Aquí dentro todo es manual. Si no me aprieto el corazón con los puños, no late, no duele. Y si no duele no lo quiero más. Porque no deja marca. Porque desaparece. Cada puta historia desaparece, dejándome sus valijas vacías y personajes sin guión. Maniquíes que se ríen condescendientes sobre mi oreja.
El mundo vibra como un panal de avispas indignadas al fuego, pero esta tristeza yace exangüe, cínica. Su silueta es una mancha obscena en la ventana, como esperando un motivo ulterior para su existencia, una revelación. No llegará. Está aquí porque estoy yo, y yo estoy porque no puedo dejar de estar. La brisa me corta, una herida que quema en frío. Entre esos claroscuros uno se hace pequeño, pequeñísimo, endeble...
Si cierro los ojos veo un Sol azul y ardiente.
Tranquilo, lo peor está por venir y yo por venirme sobre el piso pulido.
Esto es imaginario.
Esto no va a matarme.
¿Sabes cuál es el problema?
Yo sí quiero que me mate.
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En esta casa no hay luces encendidas porque me lastiman los ojos.
Y ahora que todo calla y tiembla bajito, en ovillo, me doy cuenta.
Estas sombras nunca se han ido.
«Quien nace lloviendo, vive llorando»; es algo que escuché muchas veces de niña. Cada junio es un diluvio en estas calles, y en aquellas, y en las otras. Llevo veintiún años saltando charcos sin la suerte de ahogarme en uno. Aquí dentro todo es manual. Si no me aprieto el corazón con los puños, no late, no duele. Y si no duele no lo quiero más. Porque no deja marca. Porque desaparece. Cada puta historia desaparece, dejándome sus valijas vacías y personajes sin guión. Maniquíes que se ríen condescendientes sobre mi oreja.
El mundo vibra como un panal de avispas indignadas al fuego, pero esta tristeza yace exangüe, cínica. Su silueta es una mancha obscena en la ventana, como esperando un motivo ulterior para su existencia, una revelación. No llegará. Está aquí porque estoy yo, y yo estoy porque no puedo dejar de estar. La brisa me corta, una herida que quema en frío. Entre esos claroscuros uno se hace pequeño, pequeñísimo, endeble...
Si cierro los ojos veo un Sol azul y ardiente.
Tranquilo, lo peor está por venir y yo por venirme sobre el piso pulido.
Esto es imaginario.
Esto no va a matarme.
¿Sabes cuál es el problema?
Yo sí quiero que me mate.