Hoy me estaba acordando de la persona con la que más me he llegado a implicar en la vida. A mí, que nunca me gustó llamar por teléfono, la llamaba cada dos por tres para tranquilizarla y comentar chorradas. A mí, que nunca me gustó dormir fuera de casa, aceptaba quedarme en la suya solo por poder estar más tiempo en su presencia. A mí, que no podía interesarme menos el maquillaje y la ropa, pedía que me hablase de todo aquello que le interesaba. A mí, que me daba miedo depender emocionalmente de alguien, acabé metida hasta el fondo en una amistad que por una vez, creí verdadera, duradera, inextinguible.

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Me hacía feliz sentir que había encontrado a alguien me que entendía de verdad y que tal como yo la necesitaba a ella, ella me necesitaba a mí. Me llegué a aferrar tanto a esa ilusión, a ese espejismo de mis deseos, que a día de hoy sigo considerando que la persona que más feliz me ha hecho, ha sido también la que más me ha roto el corazón.

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Y no es tanto por lo que hizo, sino porque destrozó esa esperanza que nunca había puesto en nadie, destrozó lo que creía tener, rompió lo que a mí me daba la vida, le quitó el sentido a mis planes de futuro, a la vida futura que había imaginado con ella en casi todos los fotogramas. Me sentí abandonada, y lo peor de todo, es que acepto la culpa que tengo en toda esta situación, porque no es que me abandonase ella, más bien me abandonó la irreal imagen que yo tenía montada en mi cabeza, me abandonó la fantasía en la que había vivido durante más de un año y medio.

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Me la encontré hace tres años inesperadamente por la calle, y, tras el breve saludo de rigor, corrí al coche a llorar. A llorar desconsoladamente, porque no hay consuelo para aceptar que viviste una mentira que era tu mentira. Rehuyo a cualquier persona que tenga su peinado, su nombre, su forma de hablar, su recuerdo. Prohibí cualquier mención suya en mi casa. Hice todo lo posible por olvidarla, deseé y deseo no haberla conocido nunca, y aquí estoy, sin poder deshacerme de su imagen, sintiendo que nunca me sentiré tan acompañada como entonces, y temiendo, volver a verla en cualquier calle, ajena a mí, ajena a lo que fuimos o más bien, a lo que yo creí que éramos.

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No pensé que pudiese doler tanto y durante tanto tiempo una ilusión. Me gustaría odiarla, pero al final, la única responsable de toda esta historia, soy yo, que la creé, la alimenté y me apoyé en ella sin saber que en la vida, todo es volatil y pasajero. No quiero encontrar a nadie que me haga tan feliz, que me haga sentir tan plena, que me dé sentido, porque si me abandona, me quita aquello que me sostiene. Prefiero la mediocridad de alguien que puede desaparecer sin apenas repercusión.

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