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Good bye Annabelle Bloom

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No podía usar a la híbrida ni a su propio hijo como prueba, o ambos sabrían de sus intenciones de marcharse e intentarían frenarla.
Había una tercera que también disfrutaba bastante con la curiosa esencia de Annabelle, pero...¿funcionaría? La loba caminó hacía el salón, allí estaba su hija, dormía en la cuna. Con muchísimo cuidado le dejó a la pequeña aquella camiseta, justo al lado. La respuesta no tardó en llegar, la pequeña alargó las manitas hacia ella y la abrazó tal y como solía hacer con ella. Incluso se la pudo ver sonreír.
Si podía engañarla a ella, también podría engañar a la híbrida. Por no hablar de las maravillosas dotes interpretativas con las que contaba su hijo.
El plan era perfecto, cualquier cosa que pudiera salir mal, ella ya había ideado como subsanarlo. Y todo había quedado por escrito para que su hijo pudiera llevarlo a cabo. Ya solo quedaba la peor parte...
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Dejó tres cartas escritas y escondidas en aquel búnker dónde había estado escondiendo tanto durante décadas y dónde había dejado lo necesario para que su plan se llevase a cabo.
Estaba bien escondido, pero sabía que su hijo lo terminaría encontrando tarde o temprano. La curiosidad podía con él, y eso su madre lo sabía.
Se le pasó por la cabeza la idea de una última visita, ir a verlo, hacerlo cuando durmiera, pero supo bien que si lo veía no iba a ser capaz de dejarlo allí y todo lo planeado sería en valde.
Tenía que irse de esa forma tan fría al más puro estilo de Annabelle Bloom.
No cargó absolutamente nada, ni ropa, ni objetos, ni siquiera el teléfono móvil. Lo dejó en uno de los cajones de su propia habitación. Podrían encontrarla con él, además, era una herramienta más que X podría utilizar en la pantomima que había organizado para él.
Ambas subieron al avión, uno de esos comerciales y siquiera en primera clase, cualquier cosa para poder pasar desapercibidas. Llevaba puesta una ropa que para nada tenía que ver, un vaquero bastante ajustado y una camiseta negra de uno de esos grupos de música que tanto le gustaba a X. Sí, llevaba ropa de su hijo, cualquier cosa para pasar desapercibida en esa huida suya.
Había estado tan ocupada esos días planeándolo todo que no tuvo tiempo alguno en pensar en todo lo que estaba dejando atrás. Aunque más bien había estado evitando pensarlo...
Lo dejaba absolutamente todo atrás, su hijo, las personas que formaban parte de su vida, y hasta ella misma se había quedado allí. Había conseguido un pasaporte falso, con un nombre distinto y exactamente lo mismo para la pequeña que tenía en brazos.
Notaba un nudo en la garganta al mirar como el avión se alejaba del que había sido su hogar durante tanto tiempo.
Tenía que solucionar dicho nudo, por ello apartó la mirada de la ventana y la centró en la pequeña que había en sus brazos.
Recodó porque estaba haciendo todo aquello...

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Good bye Annabelle Bloom

Good bye Annabelle Bloom

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Los ojos: El azul de X se podría modificar fácilmente por unas lentillas verdes, unas hechas expresamente para él y con el color de Annabelle.
La piel: Los innumerables tatuajes que adornaban el cuerpo de X se podrían esconder con maquillaje. Aunque luego estaba el detalle de que la propia Annabelle también tenía bastantes restos de tinta por su piel y además bien repartidos. Sobre todo por los brazos... Quizá ese detalle podría ocultarse con vestidos de manga larga.
Una diferencia muy clara era el cabello. Ella lo tenía oscuro debido al tinte negro que se saba, y largo...La respuesta era muy fácil; una peluca. Mejor varias, con diferentes estilos.
El cuerpo, claramente X era más delgado y alto, pero por la altura no habría problema ya que Annabelle siempre iba subida a unos vertiginosos tacones. La figura ya sí que podría ser un problema, o quizá no. ¿Qué se llevaban, una o dos tallas de diferencia? Muchos probablemente no repararían en eso, o quizá pasarían a pensar que había adelgazado.
La voz: Ahí sí que había una diferencia notoria, pero claro...siempre estaba la opción de hablar poco-nada o directamente fingirla. La de Annabelle era suave, cálida en ocasiones y calmada, siempre muy calmada y femenina. Mientras que la de su hijo era de todo menos calmada y siempre llena de alegría y diversión. Quizá lo de que no hablase sería la mejor opción...pero claro, él, que no callaba ni debajo del agua.
El olor: Con los humanos sería muy sencillo, bastaría con que él usase el mismo perfume que su madre. La cosa estaba difícil para todos aquellos que no eran humanos, y ella se relacionaba con bastantes, sobre todo con una en especial... ¿Cómo engañar a Sasha? A esa zorra obsesionada con su sangre. La maldijo.
Annabelle pensaba y pensaba, y lo hacía mientras se miraba al espejo casi sin parpadear. Tenía varias ideas, algunas bien rocambolescas, como la de transfusiones de sangre con su hijo, pero la desechó en seguida por lo compleja que era. Necesitaba algo más fácil y que no la obligase a dejarle a su hijo bolsas y bolsas de sangre por la jodida casa.
Quizá no hicieran falta bolsas de sangre...quizá con unas pocas gotas sirviera. ¡Eso era! Pero había que hacer una pequeña prueba primero. Annabelle agarró el frasco de perfume que siempre utilizaba, quitó la tapa y acto seguido se llevó el dedo pulgar a la boca. Tan solo hizo falta un pequeño roce con uno de sus colmillos para conseguir abrir una pequeña herida. Y antes de que esta se cerrase dejó que varias gotas de su sangre entrase en el frasco.
¿Con quien podría probarlo? Tras colocar la tapa y el pulverizador, Annabelle fue a la que en su día era la habitación de X, agarró la primera camiseta que encontró y pulverizó el perfume en ella. Dejó que ambos olores se mezclasen bien y entonces salió de allí con la prenda. No la olió ella misma pues no iba a ser buena jueza, necesitaba a alguien externo y que estuviera igual o casi tan obsesionada con su olor como lo estaba Sasha.

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Good bye Annabelle Bloom

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Tenía gracia que su conciencia apareciera en esos momentos y no en otros muchos en los que quizá se habrían salvado alguna que otra vida... Pero no, no le podía hacer eso, además, alguien debería quedarse al cargo de todos sus negocios y quien mejor que su propia sangre para hacerlo. Pero había tan poco margen y tiempo...¿Cómo explicarle todo en tan poco?
—Una imagen vale más que mil palabras —dijo ella misma en voz alta. Nada como su propia mente para darle las respuestas que necesitaba. Eso tenía que hacer, debería enseñarle todo su trabajo, el que estaba a la vista, el que no, el limpio (si es que tenía alguno) el sucio...todo.
—Vigílala —ordenó a uno de sus hombres. Que se quedase con la pequeña Eileen. Mientras ella se encargaría de prepararlo todo.
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Los siguientes días, Annabelle se los pasó dejando cosas bien atadas, negocios cerrados para hacerle a su hijo más llevadero el enorme peso que iba a depositar sobre sus hombros. A su misma vez lo había intentado llamar e incluso buscar, pero el maldito niñato no solo no contestaba al teléfono, sino que ni siquiera estaba en la jodida ciudad.
—¿Dónde está? —preguntó la loba. Hacía referencia a su hijo. Por mucho que él se empeñase en salir de su radar, aquello era una batalla perdida.
—Los Ángeles —le respondió Vladimir. —Acompañado —
Annabelle elevó ambos ojos hasta ponerlos en blanco y contuvo la cara de asco. Aquella imagen consiguió descentrarla bastante, pero tenía que contenerse y seguir con la tarea que tenía entre manos.
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Encargarse de sus negocios no era una tarea fácil, de sus clientes a los que trataba con mano firme para que así ninguno de ellos se le subiera a las barbas. La reputación de Annabelle Bloom era bien clara y extendida por toda la ciudad y que su desaparición podría poner en riesgo todo por lo que levaba décadas luchando y construyendo.
Confiaba mucho en que su hijo mayor podría con ello, pero él tenía toda esa humanidad que a ella le faltaba. Y que sus enemigos se aprovecharían de ello sin dudarlo. Tan solo Annabelle Bloom era capaz de mantener intacto su castillo de naipes...fue justo en ese momento en el que la loba dio con la idea perfecta.
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Se encontraba frente a uno de los muchísimos espejos que ella tenía por toda su hogar como buena narcisista que era. Estaba mirándose a si misma, cada facción de la cara, de hecho se acercó un poco más al espejo. Primero de frente, luego de perfil... Lo siguiente fue la figura. Mientras lo hacía, en su mente tenía la imagen de su hijo.

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Good bye Annabelle Bloom

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— Llevo cuatro días desaparecida porque alguien me drogó, Annabelle. He ido a recoger los resultados, y los resultados apuntan que me inyectaron el “suero” de la verdad. No recuerdo nada de lo acontecido. Solo sé que nadie se preocupó por saber si me había ocurrido algo, todos incluso mi pareja pensaba que me había marchado. ¿Qué hubiera pasado si de verdad me hubiera ocurrido algo?
Eres la primera que lo sabe. Estoy aquí porque no sé si te he fallado a ti, si le he fallado a él, si he fallado a mi propio hijo…No sé a quién le he podido ser desleal porque no recuerdo nada. Nada.
Solo espero que si te he fallado a ti, os mantengáis Eileen y tú en un sitio seguro —
Los lloriqueos de Íole pasaron a un segundo plano en cuanto procesó la información sobre la posibilidad de que su hija fuera descubierta. No dijo absolutamente, nada más se mantuvo observando a su amiga. La habría cosido a tiros de haberse tratado de otra persona. La furia empezaba a hacer estragos en ella, se veía reflejada en la loba a modo de mirada fría, una forma de mirar muy característica en Annabelle, pero que no la había empleado con Íole.
La conversación no continuó y ambas tomaron el camino que llevaba a cada una a su hogar. Lo necesitaba, la soledad para pensar en que demonios hacer si era verdad que se sabía sobre su hija.
El caminar indeciso de Annabelle atrajo en exceso la atención de la pequeña Eileen que había estado jugando tranquila en el típico parque de bebés. De vez en cuando Annabelle la miraba y pensaba en lo que podría pasar si las palabras de Íole eran ciertas.
¿Qué podía hacer? Demasiados enemigos y tanto que perder... No podía quedarse en la ciudad, no podía dejar que nada le pasase a la pequeña. Tampoco a su hijo mayor. La decisión ya estaba tomada sin importarle un rábano las consecuencias.
Se llevó la mano al rostro, exasperada. ¿Qué demonios iba a hacer con X? ¿Cómo lo iba a convencer de que tenían que dejar la ciudad? Maldito niño obstinado... Agarró el teléfono y lo llamó. No es que madre e hijo se encontrasen en la mejor de las posturas últimamente, pero aquello era importante.
Hasta cuatro veces intentó llamarlo, y esas cuatro veces obtuvo el mismo resultado... Negó y soltó un largo bufido. Ya tenía la idea de como llevárselo, drogarlo era una buena opción, hasta ideó la forma perfecta. Pero entonces esa parte suya, diminuta y que rara vez se manifestaba...y a la que muchos llamarían "conciencia" le habló.
"No le hagas eso Annabelle, tiene su vida y ya le has hecho suficiente daño."
Tenía gracia que su conciencia apareciera en esos momentos y no en otros muchos en los que quizá se habrían salvado alguna que otra vida... Pero no, no le podía hacer eso, además, alguien debería quedarse al cargo de todos sus negocios y quien mejor que su propia sangre para hacerlo. Pero había tan poco margen y tiempo...¿Cómo explicarle todo en tan poco?

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>> M o t h e r' s Day

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El trabajar se hacía cada día más complicado pues como iba una a concentrarse en todos sus negocios cuando había una niña inquieta buscando atención 24/7. Y no era suficiente el dejársela encargada a sus empleados pues esta se las ingeniaba para acabar siempre con ella.
Por ejemplo, ese día su hija debía de estar en casa junto a la canguro, pero estaba más que claro que no era así. Podía notar el olor de la pequeña y también escuchar los latidos de su corazón, agitados pues seguramente estaba escondida y a la espera de que mamá la buscase.
Annabelle soltó un largo bufido antes de levantarse de la silla, caminó hacia la salida de su despacho. Tuvo que llevar una de sus cejas arriba al percatarse de que sus dos guardaespaldas no estaban dónde siempre, sino que se habían movido, y además estaban pegados.
—¿Dónde está?—ordenó.
—¿Dónde está quien, jefa?—respondió uno de ellos.
Su ceño en seguida se frunció, entonces pudo escuchar unas pequeñas carcajadas que venían desde detrás de ellos dos.
—Bien, iré yo misma a buscarla. Oh, y por cierto... Este mes no os lo voy a pagar, Hm.
Sabía a la perfección dónde estaba su hija, pero por alguna extraña razón decidió que iba a seguirle el juego. Por ello la griega fue al piso de abajo para así "buscarla", y como no, la pequeña Bloom no tardó en seguirla y acecharla.
Empezó a buscarla por todas partes, abrió todo los sitios dónde ya sabía escondido antes, pero la niña no estaba en ninguno, más que nada porque la llevaba detrás todo el rato.
—¿Dónde estás, ojos azules? Sabes que no tengo tiempo para esto y que deberías de estar en casa.
Acabó cruzada de brazos y repiqueteando uno de sus tacones. Una sonrisa apareció de repente en sus labios cuando la escuchó moverse, se había subido a un sofá y preparado para saltarle encima. De hecho hasta soltó un gritito.
Annabelle se giró con rapidez y atrapó a la pequeña y rubia niña de diez años en el aire. Fue más que directa a morderla, la mejilla derecha, después la izquierda y como clímax el cuello se llevó el mordisco más fuerte. Tanto que seguro que sus gritos se escucharon hasta el infierno.
—¡MAMÁ, PARA, SUÉLTAME, AUXILIO. ME VAS A PEGAR LA RABIA. AAAAAAAAAAAAAAH!
—¿Me puede explicar qué haces aquí?—aquello lo dijo con la nariz completamente pegada a la suya y con los ojos clavados en los zafiros que su hija tenía por ojos.
—¿Y bien? Estoy deseando escuchar tu justificación y después el plan maestro que has usado esta vez para escabullirte.
—Vale... Vale, pero me tienes que vacunar después... Hm. 1: Es el día de la madre. 2: No hay plan maestro, mami... La gente es tonta y yo no. Ya está. ¿Hacemos algo? Estoy aburrida...
Si es que era como mirarse en un espejo... Annabelle sonrió y volvió a morder la preciosa cara de su hija.

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M o t h e r s Day

#FamilyFriday

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—¡Felicidades señorita Bloom, ha tenido usted una niña preciosa!
La cara de asombro de Annabelle era más que clara. ¿Cómo que una niña? No era posible, las ecografías mostraban un niño, no una niña.
—Aquí la tiene, tiene sus mismos ojos. Cuidado con la cabeza.
El bebé fue colocado en sus brazos con suma delicadeza, la misma que empleó Annabelle para recogerlo. Sí, era una niña, y sí... Tenían los mismos ojos azules.
FamilyFriday

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|| Continuación. ||
Blablabla, resumen de todo lo que Cintia le fue contando, pero ya lo que hizo que la poca atención que le prestaba se esfumase fue el ver aparecer a Elizabeth, y de inmediato dejó a Cintia, aunque no sin antes decirle que iba a por algo de beber. Mentira ya que el vaso de su mano seguía lleno.
Ambas cruzaron miradas, pero detuvo su paso en cuanto el profesor de biología se acercó a su objetivo para hablar de a saber que. Por ello la rubia de ojos azules desvió su rombo para así irse a aun lugar dónde estar sola.
Por un tiempo sirvió, pero entonces de la nada apareció quien menos se esperaba... Sí, Elizabeth.
—¿Por qué te esconder aquí? Se supone que deberías estar socializando.
—No me estoy escondiendo, es solo que me aburren los demás.
—¿Sabias que eres famosa? Estoy segura de que todo el mundo habla de esa chica que se atrevió a responderme frente a toda mi clase...
Era verdad.
—Bueno, tú no te quedas atrás por lo que he oído —Annabelle tuvo que morderse la lengua.
—¿Ah, sí? ¿Qué has oído?
—Nada... Cosas de mis amigos.
Ahí estaba de nuevo el alzamiento de ceja. Era algo característico en esa mujer. Le gustaba.
—Cosas de tus amigos... ¿Qué cosas?
Hasta el momento Elizabeth había estado apoyada contra la pared, ahora ya no pues se había incorporado y acercado un poco a Annabelle.
—Que eres un vampiro. Hm... Que debería alejarme de ti.
—Bueno... Deberías hacer caso de lo que dicen.
La cercanía iba aumentando por segundos, incluso llegó a tocarla, le retiró uno de sus rubios mechones tras una oreja, y como colofón final dio un mordisco en sus labios. Aquel acto por parte de Elizabeth consiguió provocar en Annabelle un escalofrío,
Entonces los labios ajenos presionaron suavemente los de Annabelle, la cual no opuso nada de resistencia, más bien fue al contrario. Cerró los ojos y se lo devolvió de buena gana a pesar siquiera de no saber hacerlo. Sí, ese era su primer beso.
El primero, con su profesora de psicología que le sacaba diez años y a la que no había aguantado desde que la conoció. Eso estaba muy mal y muy bien a partes iguales.
Se le olvidó hasta respirar, pero volvió a coger aire cuando ambos labios se separaron.
—Joder...
—¿Estás bien...?
Asintió despacio un par de veces.
—¿Quieres venir a mi casa?
—¿Qué? Yo... Sí...

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The T e a c h e r The beginning

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|| Continuación. ||
Alzó la cabeza lo suficiente para cerciorarse bien de que lo había hecho, y sí. No habían pasado ni dos segundos pero su mente ya había ideado diez maneras de matar a esa mujer, y de como esconder el cuerpo por lo que acababa de hacer.
Empujó con fuerza la silla al ponerse en pie y confrontarla.
—¿Qué? —espetó Elizabeth. Su voz y postura indicaban lo mismo. Una mezcla de altivez, y poder. Y en verdad no hacía mal en tenerlo ya que ella era una profesora, mientras que Annabelle solo una alumna.
—¿De verdad crees que puedes hablarme así, Anna y salir impune? Te guste o no, yo aquí soy la autoridad, y tanto tú como tus compañeros me debéis un mínimo de respeto. Claramente no sabes nada sobre el respeto, ¿o te crees que no he leído tu expediente? Tu expediente
Por el momento de la boca de Annabelle no había salido de una sola palabra, estaba tan enfadada que ni le salieron. Entrecerró los ojos con esas palabras. Sí era verdad que había leído todo lo que ponía expediento, entonces debía saber como funcionaba la mente de Annabelle, pero aún así ella seguía ahí, plantándola cara.
Vale, sí, se merecía lo que le había hecho, pero no por eso lo iba a aceptar., de ahí que cogiese el examen y lo rompiera en dos justo delante de Elizabeth y lo dejase caer antes de marcharse.
—Ahí tienes mi opinión sobre el examen y sobre lo que creas o no saber sobre mí.
—Que podía esperar de una niña malcriada... Ya puedes irte, Anna, vete a jugar con tus compañeros al la pelota atada, tengo mejores cosas en las que invertir mi tiempo que en una niña repelente. Cierra la puerta al salir.
—Es Annabelle.
—Cierra la puerta.
Frunció el ceño cuando fue despreciada de aquella manera, y como Elizabeth había vuelto a su mesa, Annabelle recogió sus cosas y se marchó ya que tenía un acto al que atender a pesar de carecer de ganas.
Pero paró antes de abandonar el aula, giró su cuerpo para así quedar en dirección a Elizabeth, esta alzó la vista y también la ceja. Estaba enfadada, se le podía notar.
—Paenitet.
No supo bien porque, pero algo le dijo que Elizabeth sabría entender lo que le acababa de decir. "Sorry".
Ni siquiera esperó a una respuesta, no quería oírla y por eso se marchó. Y por eso mismo no pudo ver como su profesora relajaba un poco la expresión y suspiraba con algo de alivio.
Pero que poco le apetecía asistir a la estúpida "fiesta" o reunión de todos los estudiantes y de los profesores, pero ahí estaba ella, "socializando" o fingiendo que lo hacía ya que en su mente aún seguía dándole vueltas a lo sucedido hacía cuatro horas. Ni siquiera le estaba hablando al despotricamiento de Cintia hacia vete a saber quien, aunque en verdad nunca lo hacía, cuándo ellas hablaban, Annabelle solo asentía para que cerrase de una vez la maldita boca.

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|| Continuación. ||
Era un mezcla entre manzana y fresas, le gustó en exceso. Lo que no le gustó demasiado era el hecho de que le gustase... Redundancia. Cuándo Elizabeth se retiró el pelo tras su oreja, pilló desprevenida a una Annabelle que no lo dejaba de mirarlo, y que ahora esos ojos azules suyos estaban mirando los marrones de su profesora, y además bien de cerca.
—No está mal...—dijo Elizabeth en un susurro que seguramente solo Annabelle pudo oír.
¿Qué? ¿Hablaba de ella o de las respuestas a su examen?
—El examen, Anna. Hm —añadió y de esa forma resolvió las dudas que se le habían formado en la cabeza.
—Todo para ti —le dijo en un tono enfadado, como si no le hubiese gustado que se refiriese solo al examen.
Le puso el nombre a este, y se puso en pie para así caminar hacia la mesa de Elizabeth, lo dejó sobre esta, y volvió a su pupitre. Recogió sus cosas ante la atenta mirada ajena y se marchó de allí.
Cuando llegó el viernes Annabelle ya entraba a la clase de psicología sin ningún tipo de preocupación por la nota de aquel examen que consiguió sacarla de quicio, aunque más bien cierta profesora que se le puso justo al lado a saber para que... De hecho la clase se desarrolló con bastante normalidad, solo había un pequeño cambio y era el de que Annabelle se había cambiado de sitio, en vez de estar en primera fila como acostumbraba, ahora estaba en la última.
¿Quería alejarse de Elizabeth? Por supuesto. Diez minutos antes de que la campana tocase los exámenes fueron repartidos, ya corregidos, los repartió Cintia. Cuándo le llegó a Annabelle no podía creerse lo que sus ojos estaban viendo. Tal fue el shock que no dijo ni una sola palabra hasta que el timbre tocó y todos sus demás compañeros entregaron sus exámenes y se marcharon.
Aquello debía de ser alguna broma sin gracia.
Un 9'5. Eso era lo que estaba viendo. Por norma general esa era una note más que buena, pero no para alguien acostumbrada a sacar dieces en todas las asignaturas y con un ego fuera de lo común a pesar de solo tener quince años.
—La clase a terminado, Anna, ya puedes devolverme el examen y marcharse.
Alzó la mirada, una envenenada y de esas que ojalá matasen, es que no daba crédito a lo que veía pues para Annabelle era imposible no haber llegado al diez.
—Te has equivocado. Esta no es mi nota.
—¿Disculpa? —respondió Elizabeth quitándose las gafas y alzando una ceja.
—Que esta no es mi nota, yo no me merezco un miserable 9'50. Has cometido un error, otro más. Milgram fue en 1961, no en el sesenta. Nos debes a todos una disculpa por tu estúpida clase basada en el año equivocado.
Hablarle así a un profesor estaba sin duda castigado con la expulsión, pero Elizabeth no lo hizo, en su lugar se puso en pie y fue hasta la mesa de Annabelle bolígrafo en mano.
—Tienes razón, ha habido una equivocación.
Pues claro que la tenía, respiró con alivio, al menos hasta que vio como Elizabeth tachaba su nota y dibujaba un 0.
—Listo.

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||Continuación. ||
Estaba molesta, y lo que menos le apetencia era escuchar a esa chorlita.
—Todo el mundo sabe que es una zorra.
Eso si que le gustó oírlo, tenía razón.
—Y corre el rumor de que es una especie de vampiro... Dicen que se acuesta con los alumnos, y estos misteriosamente desaparecen... Jajajaja.
—¿Se acuesta con alumnos? ¿En serio?— preguntó Annabelle con curiosidad.
—Sí, sí, te lo juro, y luego misteriosamente desaparecen. Tú ten cuidado con ella, no te acerques mucho o te chupará la sangre... ¡Hasta mañana, Anna!
—Annabelle, es Annabelle—corrigió. Ya solo faltaba que esa forma de llamarla se extendiera por todo el instituto.
Las palabras de Cintia quedaron ciertamente grabadas en su cabeza. ¿Y si era verdad? Ojalá poder tener alguna evidencia y hacer que la despidieran.
Lo siguientes días fueron más de lo mismo, la clase de psicología se había convertido en una batalla en la que ambas se retaban una y otra vez. Elizabeth que no se cansaba de ser a ella a quien le preguntaba absolutamente todo, y Annabelle que respondía una y otra vez.
Lo peor de todo es que Annabelle lo disfrutaba.
Estaban en pleno examen, uno que a su parecer era demasiado fácil, de ahí que luciera bien aburrida respondiendo las preguntas. El silencio reinaba en el aula, entonces decidió que su mirada azulada ascendiera, ahí fue cuándo la vio...
Elizabeth no le quitaba el ojo de encima, por algún extraño motivo no le prestaba atención a los del fondo ya que claramente estaban copiando. Frunció el ceño ante tanta mirada fija pues no le gustó, la estaba incomodando, pero a pesar de ello Annabelle se negó a quitar la mirada pues era una de esas guerras de las suyas, solo que esa era no verbal.
Alternaba el estar mirando a la profesora, con el responder las preguntas, sí, podía hacer ambas cosas a la vez. Su ceño seguía fruncido pues no entendía a que demonios venía tanta miradita. Entonces Elizabeth le guiñó un ojo, y enseguida la sangre se le subió a la cara, por no hablar de que cortó la mirada, la apartó y la puso contra el examen. Pudo escucharla reirse.
No lo entendió, el guiño, la estúpida respuesta de ponerse colorada cuando en su vida había sentido ni un solo ápice de vergüenza. Pero la cosa no se quedó en aquello puesto que pudo escuchar la silla de Elizabeth moverse, y seguidamente sus tacones acercándosele.
Tenía que estar de coña...
Se le puso justo al lado, y se puso a mirar lo que Annabelle había escrito, las respuestas al examen a lo que esta respondió colocando su mano en medio del papel para así taparlas. Pero eso no sirvió de nada ya que Elizabeth le retiró la mano y se inclinó sobre ella para así poder leer mejor lo que ponía.
Que cerca la tenía, no podía ver su rostro ya que el pelo rubio de Elizabeth había caído hacia delante impidiendo así la visión, aunque la verdad, mejor. Olía bien, ella, su pelo también, no es que hubiera acercado la nariz a este, es que lo podía notar por la cercanía.

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|| Continuación. ||
—El experimento del Pequeño Albert. Vamos—le dijo Elizabeth confiada en que no pudiera responderlo, hasta sonreía con suficiencia, pero estaba muy equivocada.
—Experimento que tuvo lugar en 1920 por John B. Watson y que trataba de demostrar que el condicionamiento con animales también podría funcionar en humanos. Al igual que Pávlov logró que su perro salivara al oír una campana,
Watson trató de que un niño asociara las ratas con el golpe de un martillo sobre una lámina metálica Me parece que también he tachado el perro de Pavlov de su lista. ¿No?
Respondió Annabelle siendo ahora ella quien tenía una sonrisa en los labios. Que bien sentaba el habérsela borrado a esa profesora pedante y ególatra.
—El experimento de Asch, vamos.
Annabelle tuvo que pensar cinco segundos para saber a que se refería.
—¿Ya ha llegado al límite, Anna? Que lástima...
—Solomon Asch pidió a un grupo de estudiantes que identificaran en unas fichas unas líneas cuya longitud es igual a la de otra ficha. Asch trataba de comprobar el poder de la conformidad, Todos los del grupo eran cómplices menos uno, ese era el sujeto de estudio. Los cómplices escogían la opción incorrecta a posta, mientras que el sujeto de estudio lo hacia solo cuándo los demás estaban presente.
Ya hay que ser gilipoll#as para seguir a la masa— añadió Annabelle negando con la cabeza.
La verdad es que se pasaron toda la hora de clase en esa postura hasta que la batalla finalmente llegó a su fin.
—El experimento de Robber´s Cave.
Annabelle hizo el amago de ir a responder, pero de su boca no salió nada ya que se dio cuenta de que no tenía la menor idea de que era eso. Elizabeth lo pudo ver en sus ojos y de ahí que la sonrisa volviera a sus labios.
—¿En serio, Anna? Yo que pensaba que esto iba a ser más interesante... Decepcionante y tan corriente como los demás. Ya puedes sentarte.
Pero Annabelle no se sentó, se quedó con esos ojos azules suyos bien clavados en esa maldita profesora. Ni cuenta se dio de que había tocado la campana que indicaba que la clase de había terminado.
Todos se marcharon, ahora solo quedaban ellas dos. Elizabeth se acercó a Annabelle, quizá demasiado cerca ya que se había metido en el espacio personal de esta.
—¿Sí?
Se notaba el tono de superioridad, y eso la enfermaba de sobremanera.
No le respondió, se apartó de la profesora, recogió sus cosas y se marchó del aula.
—Hasta mañana. Haz los deberes— le dijo Elizabeth antes de que se marchase de allí.
Una vez ya en la zona de las taquillas, aporreó la suya con la mano, acababa de ser humillada delante de toda la maldita clase. Annabelle echaba humo por las orejas. Entonces Cintia se le acercó.
—¡No me puedo creer como le has plantado cara! No sabes lo que acabas de hacer... Ha sido épico. De verdad, vas a ser una leyenda. Jajajaja. Nadie le había plantado cara de esa forma.

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|| Continuación. ||
Con tan solo quince años y ya apuntaba maneras...
Pero ahí no quedó la cosa pues aquella profesora la cual era sorprendentemente joven no se quedó precisamente callada.
—Acabas de equivocarte, muchísimo, niña. ¿Me estás oyendo? No sabes cuanto.
La escuchaba, de hecho hasta le dedicó un movimiento de mano a modo de despedida cuando giró en uno de los pasillos. ¿Qué probabilidades había de que esa mujer le impartiera alguna asignatura? Pues más de las que en un principio creyó.
Nada más entrar en clase la misma chica que se había sentado a su lado en trigonométrica y lengua había sentado su culo al lado suyo una vez más. Aquello parecía un poco de acoso por parte de Cintia, así se llamaba la chica. Annabelle ocupaba su mente en hablar con ella, en fingir que todo lo que le decía le interesaba, en un intento de hacer caso a su madre y hacer al menos una amiga.
Era la clase de psicología, y empezó en cuanto el profesor hizo acto de presencia en la clase. Annabelle ladeó la mirada hacia quien entraba, no se lo podía creer... "Mierda" pensó y cerró un momento los ojos. Era la misma mujer que no hacía ni tres horas que había dedicado su encuentro menos amable del día.
—Buenos días, mi nombre es Elizabeth Jones. Esto lo digo por las caras nuevas que estoy viendo.
Iba por Annabelle, entonces todos los demás alumnos repararon en ella.
—Levántate y ven aquí conmigo. Preséntate ante tus compañeros.
Se notaba a la legua que aquello era una venganza. Pero Annabelle lejos de ser tímida y perezosa se puso en pie y fue hasta la pizarra quedando así frente a todos sus compañeros.
—¿Y bien? No tenemos todo el día.
—Soy Annabelle Bloom.
—¿Y qué más?
¿Pero qué demonios quería esa mujer que dijese? Se preguntaba Annabelle.
—Como veo que eres un poco tímida ya me encargo yo. ¿Vale, Anna?
Aquella pregunta sobró puesto que no le dio más opción. Un momento... ¿Cómo la había llamado? ¿Anna? Pero que horrible... Annabelle no pudo evitar poner mala cara.
—La señorita Bloom es nueva en el instituto, y me gustaría que le dierais una buena bienvenida, no todos los días deja uno su casa para integrarse en la sociedad. ¿Verdad, Anna?
Ahí estaba otra vez. Trataba de ridiculizarla, y cuanto se tuvo que morder la lengua para no ponerla en su sitio puesto que seguramente se ganaría la expulsión.
—Dice en su informe que cuenta con un alto grado de cociente intelectual, también unas notas fantásticas, aunque claro... Estudiar en casa es como ir a un colegio privado. ¿No? Papá y mamá nos lo dan todo bien masticado...
Todos se echaron a reír, obviamente todos menos ella la cual giró su cuerpo para así quedar cara a cara y confrontar a esa hija de pu#ta.
—Veamos cuán lista eres, o cuan te crees que eres.

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Había sido matriculada en un instituto público después de haber sido educada en casa por más de tres años, y era curioso pues su madre y hermana eran las que sudaban nervios por el primer día de Annabelle. Mientras que para ella no era nada, solo u sitio corriente lleno de personas más corrientes todavía.
— Intégrate, y haz muchos amigos. O al menos inténtalo.
Pues no pedía nada su madre.
— Claro, mamá — tan solo se limitó a decir lo que su madre deseaba oír.
En el interior había más luz y se estaba más caliente de lo que se esperaba. La oficina era pequeña: una salita de espera con sillas plegables acolchadas, una basta alfombra con motas anaranjadas, noticias y premios pegados sin orden ni concierto en las paredes y un gran reloj que hacía tictac de forma ostensible. Las plantas crecían por doquier en sus macetas de plástico, por si no hubiera suficiente vegetación fuera. Un mostrador alargado dividía la habitación en dos, con cestas metálicas llenas de papeles sobre la encimera y anuncios de colores chillones pegados en el frontal. Detrás del mostrador había tres escritorios.
Una pelirroja regordeta con gafas se sentaba en uno de ellos. Llevaba una camiseta de color púrpura que, de inmediato hizo sentir a Annabelle que iba demasiado elegante. La mujer pelirroja alzó la vista.
— ¿Te puedo ayudar en algo?
—Soy Annabelle Bloom —le informó, y de inmediato pudo advertir en su mirada un atisbo de reconocimiento. La esperaban. Sin duda, había sido el centro de los cotilleos.
—Por supuesto —dijo. Rebuscó entre los documentos precariamente apilados hasta encontrar los que buscaba.
—Precisamente aquí tengo el horario de tus clases y un plano de la escuela. ¿Sabrás como leerlo?
"No, soy deficiente mental y no sé como leer un mapa. Que mujer tan estúpida." Fueron sus pensamientos. Respondió con una sonrisa y con un asentimiento a la pregunta que le habían realizado.
Annabelle trataba de memorizar tanto el plano del instituto como sus horarios, y también las clases, lo hacía mientras caminaba por los pasillos, cuando de repente dio con algo que desde luego no vio venir. Aunque más bien fue alguien...
Se había chocado con una profesora que iba cargada de libros y que por supuesto quedaron esparcidos por toda la superficie del suelo. Ambas se agacharon al mismo tiempo para así poder recorrer los libros.
—¡¿Es qué estás ciega o qué?!
—Disculpe... No miraba por dónde iba y...
—Claro que no mirabas, vas por ahí como pollo sin cabeza ni plumas, maldita torpe.
El ceño de Annabelle se frunció de inmediato y entonces dejó de prestar su ayuda para lo que había causado.
—¿Disculpa? Ayúdame, vamos—ordenó la profesora, pero eso no sirvió de nada ya que Annabelle no solo se cruzó de brazos si no que sacó a pasear esa lengua suya, afilada cual espada.
—¿Qué pasa, que no tienes dos manos?
—¿Disculpa?
—Disculpada—dijo con una sonrisa en los labios, entonces se alejó de allí como si nada.

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|| Continuación y final de la primera parte. ||
—No debe de ser de muy buena calidad lo que sea que te estás metiendo aqu…
No le dio tiempo a terminar sus palabras ya que fue interrumpida.
—Hay algo muy extraño, Anna… ¿Sabes? Mi cuenta siempre está llena de dinero, no importa cuanto gaste en el economato, siempre está llena. Lo curioso es que nunca he ingresado ni un centavo, y tampoco ninguno de mis parientes. ¿Algo que añadir?
Sus manos sujetaron el auricular con más firmeza, incluso lo apretó con todas sus fuerzas. No le dijo nada, pero sí, era más que cierto, había estado llenado la cuenta de esa mujer desde el primer día que entró en prisión.
—¿Sintiéndote culpable, niña? Jajajaja —Elizabeth estalló en carcajadas como si acabase de ganarle la partida.
No le salió responder con palabras por lo que arrojó el auricular contra el cristal, después de puso en pie y se alejó de ahí con el resto de ego herido que le quedaba.
—¿Dónde vas? ¡Annabelle, esto no ha terminado! ¡Te llamaré el trece de cada mes!
Pero Annabelle no escuchó aquellas palabras.
Aquello no había acabado, era una historia sin un final, y para entender dicha historia habría que comenzar por el principio.
Remontémonos diez años atrás en el tiempo y empecemos por el principio.

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|| Continuación. ||
Chistó la lengua al mismo tiempo que le negaba con un movimiento de cabeza al cual se le unió uno de sus dedos.
—Vivir en el pasado no es sano para nadie. Dime... ¿Cómo acogieron las demás presas a una pedófila? ¿Te hicieron cositas en la ducha? Hm. Cuéntamelas, hazme disfrutar una vez más.
La verdad es que el imaginar lo que le hubieran podido hacer le gustaba en exceso, rozaba la excitación el imaginarla sufrir.
—Aún te noto escocida, mi niña. Sabes que nunca te obligué a hacer nada que no quisieses, ni tampoco que no pidieras.
Sí, aquello era verdad, pero de la boca de Annabelle no saldría ni una palabra con respecto a ese tema, más que nada por esa conversación estaba siendo vigilada, y ella ya dio en su día su versión de los hechos. Y si cambiaba cualquier palabra de su declaración original seguramente esa mujer sería puesta en libertad.
Como única respuesta a esas palabras, lo que Annabelle hizo fue encojerse de hombros. Había conseguido molestar a Elizabeth, se lo notó en la voz, y eso le gustó.
—Las cosas no tienen porque ser así, Anna... Podrías retirar la denuncia, y volveríamos justo a dónde lo dejamos. No podrás negarme que has pensado en mí, sé que lo has hecho...
Unas arrugas se formaron sobre el ceño de Annabelle pues se había fruncido. La vio colocar la mano en el cristal. Debía de estar muy desesperada si le decía todo aquello. No le gustó escuchar todo aquello, o quizá sí... al menos por un segundo.
Claro que había pensado en ella, más de lo que estaba dispuesta a admitirse a si misma, pero en la mayoría de las ocasiones la veía arder y era ella misma quien prendía el fuego.
—Mírate Anna... Te has hecho toda una mujer. Llevas ropa cara, y de no ser por la seguridad de este lugar seguro que a tu cuello iría alguna pieza de joyería, y no solo al cuello. Estoy realmente impresionada.
Annabelle se aclaró la garganta pues se le había secado bastante. También adoptó una postura más cerca con el cristal que las separaba.
—¿Qué te parece si una vez al mes te llamo? Podemos charlas todo lo que del teléfono que nos permiten. El trece de cada mes.
—No recuerdo haberme convertido en un hombre lobo y tú en la luna llena… No lo sé, Elizabeth, ¿qué saco yo a cambio de cogerte el teléfono? —Añadió Annabelle con un encogimiento de hombros.
Elizabeth también se acercó a ese cristal y añadió.
—Porque lo quieres, lo sé, lo veo en tus ojos. Me atrevo a decir que desde que he puesto la oferta encima de la mesa ya has empezado a fantasear con ella.
Sonrió, pues le pareció bastante iluso por su parte el atreverse a creer tal cosa.

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Diez años es mucho tiempo, pero para la mujer que estaba siendo cacheada y posteriormente pasada por un detector de metales, habían pasado muy rápido. Algo que seguramente no podría decir la persona a la cuál Annabelle estaba a punto de ver.
La prisión de mínima seguridad para convictas no peligrosas. Esa el lugar en el que se encontraba, y por varias horas estuvo dudando si presentarse a esa cita que habían concertado diez años antes, cuando Annabelle solo tenía quince años, y la mujer entre rejas veinticinco. Profesora y alumna volvía a encontrarse después de todo lo sucedido, de que una de ellas acabase tras las barras debido a la otra. Y obviamente no era Annabelle la que había acabado en peor lugar.
La hicieron esperar pues había cola, por no hablar de los horarios de “visita”. Annabelle había pedido exclusivamente el ver a esa mujer a través de los cristales blindados en los que debían comunicarse con un teléfono. No podía verla cara a cara, no podía…
Por fin llegó el momento que tan ansiosa la tenía, pero antes de entrar a la habitación tuvo que respirar profundamente para que ella no pudiera notar los nervios que la recorrían, y por los cuales no había dejado de mordisquearse el interior de la mejilla.
Llegó el momento, ella ya estaba allí, esperándola, muy típico en Annabelle el hacer esperar, sobre todo en momentos como aquel. Sentó el culo en la silla, clavó su azulada mirada en la de la mujer de pelo rubia que había frente a ella, y descolgó el auricular.
Hubo un silencio abrumador puesto que ninguna de las dos articuló palabra, estuvieron así por más de dos minutos en los que la tensión se podía cortar con el cuchillo menos afilado del mundo. Solo pensaba en como no había pasado el tiempo por ella, por Elizabeth ya que lucía exactamente como la recordaba, mientras que por el contrario no quedaba ni rastro de la Annabelle de quince años.
—¿Te ha comido la lengua el gato? —dijo Elizabeth con sorna.
No, su voz tampoco había cambiado. Aunque... ¿por qué iba a hacerlo? Incoherentes pensamientos se agolpaban en su mente.
—Entre otras cosas —respondió Annabelle con la voz cargada de prepotencia.
—Has crecido mucho... ¿Qué ha sido de tu dorado cabello?
—Es lo que tiene el tiempo, que hace a los niños crecer. Se fue junto con diez años de tu vida. Hm —en los labios de Annabelle apareció una sonrisa. Se estaba regocijando de la situación en la que estaba Elizabeth.
—Una pena, me agradaba... Bonito tatuaje.
Se refería al 071 que tenía en el brazo, y su primer impulso fue el de llevarse la mano contraria para así taparlo, aquello provocó las risas ajenas.
—Hay algunas cosas que nunca podrás cambiar, entre ellas que yo te conozca, que me adelante a ti, y a como trabaja tu mente. Seguro que crees que has cambiado solo porque por fuera ya no te veas igual. Seguro que has engañado a todos, incluso a ti misma, pero a mí nunca podrás Anna.

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