Royal Taoris!
Con ambas manos estiradas hacia el sol, de rodillas en el suelo, Escorpión chorrea el líquido de vida en la tierra que le clama en cada latido pagar el precio de la prosperidad. La guerra le ha abierto las muñecas a las Praderas, la lucha contra los hombres del suelo le ha costado al Emperador más súbditos, más hijos de la tierra, de los que creyó alguna vez perdería. Su pueblo ofrenda su silencio en aquel ritual. La sanja abierta como una estría del continente recibe la sangre de su monarca.
Sehun, el Príncipe Lagarto, observa ansioso y a su lado Pantera se truena los dedos enojado. ¿Cuántos minutos más? Ha sido demasiado, le dice a un sirviente y ese sirviente alerta a un concejal. Uno de esos viejos arcaicos le pide respeto a sus costumbres a Pantera pero ni siquiera Lagarto, el nacido de una pestaña de Escorpión, encuentra correcto el sacrificio que el Concejo ha presionado al Emperador del Este a hacer.
Para que las Praderas recuperen sus campos quemados y sus hijos muertos, debe el pálido y tembloroso, Rey pagar una parte de su propia tierra, de su cuerpo y a una pérdida tan grande, dijeron esos que antes aconsejaron a los padres de Yifan, hay que hacer una ofrenda grande. El monarca está quietísimo, atento pero perdido.
Zitao había escuchado, Escorpión se lo había dicho antes. "Alguna vez tendré que ofrecerle sangre a la tierra, no te asustes, está bajo control, ¿de acuerdo?". Él había dicho no quiero unas seis veces y habían discutido la noche anterior. Las Praderas podían arreglárselas, la gente podía arreglárselas sin que él se hiriera la piel por ellos, otros reinos sin el Don no tenían problemas. "¿Yo no puedo derramar un poco de mi sangre y ellos deben morir peleando por nuestras tierras?"
Pantera, condecorado con hojas de oro en el cuerpo y el cabello que habían ganado tras la batalla en las montañas en contra del Rey Estrella, grita basta y el pueblo entero se encoge. Intentan detenerlo, los concejales, guardias, incluso Lagarto, pero se los sacude uno a uno de encima.
Antes de que haya llegado hasta él y pueda inclinarse a su lado a hacerlo detenerse, Escorpión levanta los brazos para detener el flujo y cuatro hombres se acercan a coserle las heridas, dos sobre cada brazo. Pantera desde unos metros atrás se queda quieto. Escorpión está temblando y con la mirada cansada gira sólo la cabeza para mirarlo. -Gracias.
El pueblo de las praderas se pone de pie y jublioso arroja puñados de tierra hacia su monarca, cuyas muñecas sangran cada vez menos hasta que sus curanderos han conseguido detenerlas por completo con gruesos vendajes. No puede moverse, les pide a sus sirvientes algo donde sentarse y abrigo, pero antes de que alguien mueva un músculo, un enorme oso negro condecorado con hojas de oro se tumba en el césped arenoso y Escorpión, sonriente pero débil, se tumba sobre él, acurrucándose en su calor mientras escucha a su gente cantar y a la tierra renacer.
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Sehun, el Príncipe Lagarto, observa ansioso y a su lado Pantera se truena los dedos enojado. ¿Cuántos minutos más? Ha sido demasiado, le dice a un sirviente y ese sirviente alerta a un concejal. Uno de esos viejos arcaicos le pide respeto a sus costumbres a Pantera pero ni siquiera Lagarto, el nacido de una pestaña de Escorpión, encuentra correcto el sacrificio que el Concejo ha presionado al Emperador del Este a hacer.
Para que las Praderas recuperen sus campos quemados y sus hijos muertos, debe el pálido y tembloroso, Rey pagar una parte de su propia tierra, de su cuerpo y a una pérdida tan grande, dijeron esos que antes aconsejaron a los padres de Yifan, hay que hacer una ofrenda grande. El monarca está quietísimo, atento pero perdido.
Zitao había escuchado, Escorpión se lo había dicho antes. "Alguna vez tendré que ofrecerle sangre a la tierra, no te asustes, está bajo control, ¿de acuerdo?". Él había dicho no quiero unas seis veces y habían discutido la noche anterior. Las Praderas podían arreglárselas, la gente podía arreglárselas sin que él se hiriera la piel por ellos, otros reinos sin el Don no tenían problemas. "¿Yo no puedo derramar un poco de mi sangre y ellos deben morir peleando por nuestras tierras?"
Pantera, condecorado con hojas de oro en el cuerpo y el cabello que habían ganado tras la batalla en las montañas en contra del Rey Estrella, grita basta y el pueblo entero se encoge. Intentan detenerlo, los concejales, guardias, incluso Lagarto, pero se los sacude uno a uno de encima.
Antes de que haya llegado hasta él y pueda inclinarse a su lado a hacerlo detenerse, Escorpión levanta los brazos para detener el flujo y cuatro hombres se acercan a coserle las heridas, dos sobre cada brazo. Pantera desde unos metros atrás se queda quieto. Escorpión está temblando y con la mirada cansada gira sólo la cabeza para mirarlo. -Gracias.
El pueblo de las praderas se pone de pie y jublioso arroja puñados de tierra hacia su monarca, cuyas muñecas sangran cada vez menos hasta que sus curanderos han conseguido detenerlas por completo con gruesos vendajes. No puede moverse, les pide a sus sirvientes algo donde sentarse y abrigo, pero antes de que alguien mueva un músculo, un enorme oso negro condecorado con hojas de oro se tumba en el césped arenoso y Escorpión, sonriente pero débil, se tumba sobre él, acurrucándose en su calor mientras escucha a su gente cantar y a la tierra renacer.
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Lucía pero se apagó.