2. Contestación en 1855 del Jefe Seattle de la Tribu Suwamish, al Presidente USA Franklin Pierce
Sabemos que el Blanco no comprende nuestras costumbres. Para él una porción de tierra tiene el mismo significado que cualquier otra, pues es un forastero que llega en la noche y extrae de la tierra aquello que necesita. La tierra no es su hermana sino su enemiga, y cuando ya la conquistó, prosigue su camino. Deja atrás las tumbas de sus antepasados y no se preocupa. Roba de la tierra aquello que sería de sus hijos y no le importa.
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La sepultura de su padre y los derechos de sus hijos son olvidados. Trata a su madre, a la tierra, a su hermano y al cielo como cosas que puedan ser compradas, saqueadas, vendidas como carneros o adornos coloridos. Su apetito devorará la tierra, dejando atrás solamente un desierto.
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Yo no entiendo, nuestras costumbres son diferentes de las suyas. Tal vez sea porque soy un salvaje y no comprendo.
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No hay un lugar quieto en las ciudades del Blanco. Ningún lugar donde se pueda oír el florecer de las hojas en la primavera o el batir las alas de un insecto. Mas tal vez sea porque soy un Piel Roja salvaje y no comprendo. El ruido parece solamente insultar los oídos.
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¿Qué resta de la vida si un humano no puede oír el llorar solitario de un ave o el croar nocturno de las ranas alrededor de un lago?. Yo soy un Piel Roja y no comprendo. El indio prefiere el suave murmullo del viento encrespando la superficie del lago, y el propio viento, limpio por una lluvia diurna o perfumado por los pinos.
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El aire es de mucho valor para el Piel Roja, pues todas las cosas comparten el mismo aire -el animal, el árbol, el humano- todos comparten el mismo soplo. Parece que el Blanco no siente el aire que respira.
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Como una persona agonizante, es insensible al mal olor. Pero si vendemos nuestra tierra al Blanco, él debe recordar que el aire es valioso para nosotros, que el aire comparte su espíritu con la vida que mantiene. El viento que dio a nuestros abuelos su primer respiro, también recibió su último suspiro. Si les vendemos nuestra tierra, ustedes deben mantenerla intacta y sagrada, como un lugar donde hasta el mismo Blanco pueda saborear el viento azucarado por las flores de los prados.
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La sepultura de su padre y los derechos de sus hijos son olvidados. Trata a su madre, a la tierra, a su hermano y al cielo como cosas que puedan ser compradas, saqueadas, vendidas como carneros o adornos coloridos. Su apetito devorará la tierra, dejando atrás solamente un desierto.
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Yo no entiendo, nuestras costumbres son diferentes de las suyas. Tal vez sea porque soy un salvaje y no comprendo.
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No hay un lugar quieto en las ciudades del Blanco. Ningún lugar donde se pueda oír el florecer de las hojas en la primavera o el batir las alas de un insecto. Mas tal vez sea porque soy un Piel Roja salvaje y no comprendo. El ruido parece solamente insultar los oídos.
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¿Qué resta de la vida si un humano no puede oír el llorar solitario de un ave o el croar nocturno de las ranas alrededor de un lago?. Yo soy un Piel Roja y no comprendo. El indio prefiere el suave murmullo del viento encrespando la superficie del lago, y el propio viento, limpio por una lluvia diurna o perfumado por los pinos.
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El aire es de mucho valor para el Piel Roja, pues todas las cosas comparten el mismo aire -el animal, el árbol, el humano- todos comparten el mismo soplo. Parece que el Blanco no siente el aire que respira.
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Como una persona agonizante, es insensible al mal olor. Pero si vendemos nuestra tierra al Blanco, él debe recordar que el aire es valioso para nosotros, que el aire comparte su espíritu con la vida que mantiene. El viento que dio a nuestros abuelos su primer respiro, también recibió su último suspiro. Si les vendemos nuestra tierra, ustedes deben mantenerla intacta y sagrada, como un lugar donde hasta el mismo Blanco pueda saborear el viento azucarado por las flores de los prados.