Niris

Bueno... hasta aquí ha llegado mi periplo por este lar, que a pesar de la profunda decadencia que está experimentando en los tiempos actuales, ha sido capaz de ofrecerme grandes dosis de utilidad y, por qué no decirlo, algunas alegrías durante estos últimos años.

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Por convención social, quizá alguien pueda esperar alguna suerte de despedida por mi parte que, a modo de homenaje, pase revista a los acontecimientos más destacables que he experimentado en este lugar; pero, francamente, no siento el deseo de hacerlo, ya que lo más probable es que este perfil fenezca inmediatamente tras ser sepultado en lo más profundo de la oscuridad de la que nació y se nutrió durante estos últimos cinco años. No obstante, permanecerá disponible para todo aquél que, en un inextinguible arrebato de curiosidad, sienta el deseo de revisitar mis respuestas hasta el momento en que esta plataforma, finalmente, desaparezca por completo. Y así mismo, el enlace a una de mis redes sociales principales permanecerá en mi descripción, por si alguien siente el deseo de contactar conmigo de forma más directa en algún punto de su vida.

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Si hay un último mensaje que deseo ofrecer en este locus virtual, es uno que manifiesta una profunda ambivalencia entre el agradecimiento, y la disculpa: agradecimiento, por haber disfrutado de la oportunidad no solo de conocer perspectivas ajenas que me resultasen de gran interés, sino también por llegar a forjar algún tipo de relación con algunos de sus excelsos autores; y disculpa, porque soy consciente de la cantidad de personas excelentes que aun se mantienen, contra todo pronóstico, en esta plataforma y que, quizá por desgracia, nunca llegaré a conocer ni a comprender. A qué usuarios corresponde cada polaridad del mensaje, lo dejo a criterio subjetivo de cada uno.

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¡Hasta siempre!

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Nuestro actual modelo de sociedad globalizada, que tanto se jacta de una presunta armonía entre sus diferentes ámbitos, de su ingente cantidad de oportunidades tanto económicas como sociales, de la pluralidad idiosincrásica que supuestamente manifiesta, y de su hipotética preocupación por el bienestar y el progreso de la comunidad, no es más que un monstruoso conjunto de falacias ad populum sostenidas no solo sobre la incapacidad manifiesta de los individuos para refutar esa situación, sino también sobre la extraordinaria capacidad del sistema para acallar instantáneamente cualquier género de disidencia.

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Desde tu más tierna infancia, conminarán a tus padres para que te enseñen algún tipo de habilidad particularmente «útil» bajo el pretexto de que eso estimulará el desarrollo de tus capacidades psicofísicas. Cuando apenas hayas cumplido seis o siete años, se te obligará a adaptarte a un sistema socioacadémico profundamente memorístico, subrepticiamente excluyente y engañosamente meritocrático, y se te reprendrá hasta la extenuación siempre que tu valor no sea, como mínimo, el de alguien «notable» o «sobresaliente». Cuando llegues a tus dieciséis años, llegará el momento en que se señalarán tus aparentes virtudes y, si eres afortunado y tienes los medios necesarios, se te ofrecerán diferentes caminos a seguir, para los cuales no te sentirás preparado bajo ningún concepto a pesar de tantos y tantos años de «aprendizaje». Cuando te halles bien entrado en la veintena y, probablemente, hayas terminado tu formación académica, te abandonarán en un mundo despiadado, carente de indulgencia y profundamente consumido por un consumismo y una competitividad atroces. Pero tú sabes que lo has hecho bien, ¿no? Llevas toda una vida escuchando que ESTO era lo mejor para ti, formándote para ello; oyendo que ahora y solo ahora es tu oportunidad de estar y sentirte vivo, en el más amplio sentido del término.

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Pero jamás te prepararon para eso.

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Te enseñaron a pensar, a sentir y a vivir como debías hacerlo, pero no te enseñaron a preguntarte cómo querrías pensar, sentir y vivir por ti mismo; te instruyeron en cómo moverte por el mundo de la forma que te garantizaría el éxito que toda persona busca y, sin embargo, jamás llegaste a plantearte cuál sería tu propia definición de éxito, y si esa determinación encajaría contigo. Te enseñaron a tocar el piano a tus cinco años de edad, pero te sientes incapaz de saber si realmente sientes la música que tocas. Sacrificaste todo lo que implica una vida en sociedad por ser «excelente», y ahora te percatas de que ni siquiera eres capaz de saber cómo saludar a la chica que te gusta, o de consolar a tu mejor amigo cuando rompe a llorar porque odia su vida, y odia este mundo.

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Y, lo que es peor: por primera vez en tu vida, empiezas a comprenderle.

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El mayor mito de nuestra sociedad, es nuestra sociedad en sí misma: su deseo de hacernos creer que podría erigirse algo perfecto, a partir de los cimientos de una mentira.

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Toda interpretación de un símbolo es, debido a su esencia, estrictamente subjetiva y, por ende, imposible de objetivar de forma alguna. La misma representación de la muerte como un esqueleto ataviado con capa y capucha oscuras proviene, si no recuerdo erróneamente, de culturas antiguas —peyorativamente— consideradas «paganas»; personificación que, posteriormente, el cristianismo adscribió a su religión, y a la que, durante la época de la peste negra, se añadió la archiconocida guadaña además de otra suerte de armamento.

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Teniendo presente lo anterior, a lo sumo podríamos contextualizar el significado que se le ha adjudicado a ese símbolo a través de las diversas épocas, pero en una sociedad como la nuestra, con tan franco acceso a la miríada de fuentes de información existentes y con el auge del librepensamiento «crítico» e individual, mi única opción viable sería interpelar a mi pareja para que me expliqué cuál es el significado que le confiere a su tatuaje.

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Y, conociendo como conozco a mi ex pareja, me atrevería a afirmar que su concepto estaría revestido de un aura de oscura melancolía que, sin embargo, aun se aferraría a una triste suerte de esperanza.

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