Hae Soo.

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Cuando volvió a estar frente a Eun, este la observó con satisfacción y superioridad a partes iguales.
—¿Y bien? —preguntó con tono de "te lo dije" para molestarla.
—Cállate —le advirtió con seriedad, aunque esta no llegase a sus ojos. Eun se lo tomó como una victoria y su sonrisa creció, abarcando una tercera parte de su expresión.
—Ah, pero estás disfrutando —comentó con jocosidad, acercándose a ella una distancia imprudente. Por un momento el ruido se apagó a su alrededor y Soo se estremeció. Sus ojos y los de Eun quedaron conectados como los polos opuestos de un par de imanes, y aunque hubiese querido agachar la mirada, no encontró las fuerzas en ese instante. No supo en qué estaría pensando él, aunque sus acciones hablasen por sí solas. Su cabeza se inclinó despacio, insegura y con reparos, dándole la oportunidad de apartarse. Por un momento se preguntó qué pasaría si no lo hiciera, si le permitiese al otro dar el paso que nunca habían dado, por exceso de amor de una de las partes e insuficiencia del mismo por parte de la otra.

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Sacrificaría cualquier cosa que estuviese al alcance de mi mano o se interpusiera en mi camino hacia el objetivo que se me presenta. Para concretar, si tuviese la oportunidad de conseguir una segunda oportunidad de vivir, no pensaría en nadie más que en mí misma. Estoy cansada después de tantos años vagando, quiero poder olvidar y no cargar yo sola con estos recuerdos que no fortalecen, solo hacen daño. La gente, los mortales sobre todo, tienden a romantizar el sentido de la moral y elevarlo a un podio inalcanzable. Nadie es tan perfecto, compasivo y/o empático como para tirar su vida a la basura en favor del honor o del amor ciego hacia la humanidad. Soy consciente de que cualquiera en mi lugar se comportaría tal y como advierto que yo lo haría, pero no serían tan rápidos en reconocerlo. Decir que eres egoísta en favor de la preservación no está bien visto, queda mejor proclamarte defensor de causas perdidas y comportarte como un héroe torturado a anteponer tus necesidades. Da miedo que te juzguen, pero yo ya he cruzado y abandonado ese umbral y mi único miedo es que nada cambie, que todo siga siendo tan lineal y me estanque en esta existencia en cadena perpetua.

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[2040].

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No tengo una propia que recuerde, hace mucho tiempo ya que dejé atrás la infancia de mi primera juventud y esos detalles se han diluido, pero sí tengo presente una de Karma. Karma es la hija de Katherine e Ícaro y es un demonio, en mi opinión en sentido literal y figurado. Cuando era pequeña, solía mirarme fijamente como si supiera de antemano lo que iba a pensar antes de que mi cerebro tuviese la idea en cuestión. Era muy perspicaz y calculadora, incluso en los primeros años de su infancia. No estoy segura de si tendría cuatro o cinco cuando cuando llamaron del colegio a sus padres para que fueran a recogerla. Yo estaba con Katherine cuando ocurrió y pude presenciar en primera línea de batalla lo que la mocosa había hecho. Resulta que, jugando a las «casitas», un niño de su misma edad le había indicado que ella debía hacer todas las tareas domésticas por representar el rol femenino de la ecuación. La niña lo observó con esa agudeza que ya he mencionado y sin mediar palabra, le clavó un punzón en el dorso de la mano con brutalidad. El grito se tuvo que oír hasta en Escandinavia. La cosa es que pudo curar la herida segundos después, pero el dolor permaneció como un hormigueo en la extremidad del crío mal encarado. La profesora llamó preocupada porque estaban acusando a Karma de haber herido a un compañero y estaba tan disgustada que no dejaba de llorar y de expresar su pena: «yo nunca haría eso», afirmó en su idioma de alienígena único e irrepetible. A su madre no le hizo falta la confirmación de que sí, su hija era la causante del alboroto, pero era lo suficientemente lista para eliminar las pruebas que la imputasen. Tuvo que cambiarla de colegio al poco tiempo por sucesos muy similares para evitar que se corriese la voz de que hacía «brujería».

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A mí hace años que Baek Eun me avergüenza siempre que tiene la oportunidad a su alcance. Tomó el rol de incordio inmortal hace tantas décadas que ya no puedo contarlas físicamente (con los dedos de las manos). Creo que en parte fue su manera de empujarme hacia delante cuando yo sola no era capaz de seguir. Han habido muchos momentos a lo largo de mi no-vida en los que he querido desaparecer, volver al polvo y no ser nada, y en todos ellos ha estado él vistiendo su maquillaje de bufón para arrastrarme hacia la próxima cifra del calendario. Me ha dejado en evidencia con generaciones y generaciones de mortales, con la gestión del hotel, con mis vivencias pasadas, pero en cada ocasión con una sonrisa traviesa y una mirada aguda que dejaba en tela de juicio una inteligencia mucho más superior que la que mostraba al resto del mundo.

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Respecto a la segunda parte de la cuestión, nunca he dejado de hacer cosas por la presencia de su compañía, en todo caso ha sido al contrario. Si bien es cierto que me habría preferido ahorrar algunas circunstancias patéticas que él mismo ha organizado, no puedo negar que los días largos han sido más llevaderos gracias a él, y que los cortos han seguido ocurriendo de vez en cuando porque le he tenido a mi lado. Es difícil y perturbador el concebir una realidad en la que él no esté pululando a mi alrededor y entorpeciendo nuestro trabajo conjunto. Fue un sacrificio por su parte el dejarlo todo para seguirme, y pese a ese bochorno que me hace pasar a veces, creo que la verdadera vergüenza es propia por saber que jamás voy a poder reciprocar sus actos con tal eficiencia.

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Tienes razón, Jorge Juán, y también mi voto en caso de que te presentes a la presidencia en las futuras elecciones del país que elijas. En mis tiempos se nos ponía a fregar de rodillas y se nos golpeaba con una varilla si no lo hacíamos con la eficacia pertinente. No he vuelto a ver unas manos con tantos callos y heridas por la temperatura gélida del agua del pozo desde que inventaron el lavavajillas. Son costumbres arcaicas que estamos perdiendo y contra las que me siento muy en desacuerdo. Deberíamos alzarnos todos en pos de acabar con los intelectuales del siglo veintiuno e imponer nuestros valores a la vieja usanza para que la crianza de las nuevas generaciones vuelva a ser digna del ser humano.

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Y que luego digan que la especie no está en decadencia y que la insensible soy yo por considerar el comer caviar una experiencia mucho más gratificante que aquella de tener hijos.

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