Un texto con las palabras: Funeraria, Barba, Reggaeton, Espejo e Hijos
Tras un viaje de tres horas y una canción de REGGAETÓN que aborrecía, llegamos a un pequeño pueblo de costa. El pueblo dónde pasaba los veranos de mi infancia y adolescencia. No volvía allí desde que cumplí los 15 años, el año de la muerte de mi abuelo.
Habían cambiado muchas cosas desde mi última vez. La entrada al pueblo era diferente con esa gran rotonda con un velero como decoración y un "Bienvenidos a La Charca". Muchos comercios locales que recordaba habían cerrado y, ahora, eran negocios donde se vendían souvenirs. Es lo que tiene el aumento del turismo en la zona. Tampoco estaban ya los recreativos donde pasaba horas y horas matando marcianos o simulando ser Valentino Rossi, y dónde conocí a Carlota, aquella niña de las pecas de la que me enamoré. Nunca se lo confesé. Ahora, como si de una broma de mal gusto se tratara era una FUNERARIA regentada por un hombre con una BARBA tan frondosa como blanca. Le vi abrir su negocio cuando llegamos.
Lo que no había cambiado era el edificio donde estaba nuestra casa. Habían pintado la fachada con un rojo que simulaba ser de ladrillo, pero todo estaba igual. El portal tampoco había cambiado. El ESPEJO seguía siendo el gran atractivo de aquel portal. Recordaba a mi madre cogerme en brazos cuando yo tenía 4 o 5 años para que me pudiera ver. Siempre he sido muy presumida. La casa era más moderna de lo que recordaba. Mis padres habían contratado a unos obreros para mejorar la cocina y el baño. Aunque era propiedad de la familia, éramos los únicos que podíamos disfrutarla. El resto se había quedado por el camino, así que no teníamos que consultar nada de las reformas del piso. Salvo esos grandes cambios todo era igual. El balcón con las macetas, la litera de la habitación "del fondo", el salón con esas dos grandes mesas, y, sobre todo, esa tele de tubo en la que no se veían los nuevos canales de la TDT. Pusimos WIFI hace 2 años, pero apenas lo usábamos.
Tras descargar los bártulos y avisar a la gente que teníamos que avisar, yo me bajé a la playa. Pasé por el parque infantil en el que aún estaban los mismos columpios, y por esas pistas de pádel nuevas, aprovechando el boom de ese deporte. El paseo marítimo era otro lugar que había cambiado. La última vez estaba muy mal por el temporal. Unas olas gigantes habían destrozado grandes zonas del paseo, ahora ya estaba arreglado, mejorando aún más la vista.
Deje la toalla en la arena, me puse la crema, y sin pensarlo me fui a la playa como si me hubiera poseido el espíritu de una niño, pero antes del chapuzón vi saliendo del agua a alguien que me resultaba familiar. No caí hasta que la tuve a escasos metros. Carlota, mi gran amor. Sus pecas eran inconfundibles, pero ella había cambiado mucho. Rubia teñida, alta y estilizada, un tatuaje pequeño en su muñeca... Y sus dos HIJOS.
- Hola - Le saludé tras vacilar durante unos segundos que me parecieron eternos.
- Hola - Me devolvió el saludo.
No hablamos más, pero su imagen me rompió en pedazos.
Habían cambiado muchas cosas desde mi última vez. La entrada al pueblo era diferente con esa gran rotonda con un velero como decoración y un "Bienvenidos a La Charca". Muchos comercios locales que recordaba habían cerrado y, ahora, eran negocios donde se vendían souvenirs. Es lo que tiene el aumento del turismo en la zona. Tampoco estaban ya los recreativos donde pasaba horas y horas matando marcianos o simulando ser Valentino Rossi, y dónde conocí a Carlota, aquella niña de las pecas de la que me enamoré. Nunca se lo confesé. Ahora, como si de una broma de mal gusto se tratara era una FUNERARIA regentada por un hombre con una BARBA tan frondosa como blanca. Le vi abrir su negocio cuando llegamos.
Lo que no había cambiado era el edificio donde estaba nuestra casa. Habían pintado la fachada con un rojo que simulaba ser de ladrillo, pero todo estaba igual. El portal tampoco había cambiado. El ESPEJO seguía siendo el gran atractivo de aquel portal. Recordaba a mi madre cogerme en brazos cuando yo tenía 4 o 5 años para que me pudiera ver. Siempre he sido muy presumida. La casa era más moderna de lo que recordaba. Mis padres habían contratado a unos obreros para mejorar la cocina y el baño. Aunque era propiedad de la familia, éramos los únicos que podíamos disfrutarla. El resto se había quedado por el camino, así que no teníamos que consultar nada de las reformas del piso. Salvo esos grandes cambios todo era igual. El balcón con las macetas, la litera de la habitación "del fondo", el salón con esas dos grandes mesas, y, sobre todo, esa tele de tubo en la que no se veían los nuevos canales de la TDT. Pusimos WIFI hace 2 años, pero apenas lo usábamos.
Tras descargar los bártulos y avisar a la gente que teníamos que avisar, yo me bajé a la playa. Pasé por el parque infantil en el que aún estaban los mismos columpios, y por esas pistas de pádel nuevas, aprovechando el boom de ese deporte. El paseo marítimo era otro lugar que había cambiado. La última vez estaba muy mal por el temporal. Unas olas gigantes habían destrozado grandes zonas del paseo, ahora ya estaba arreglado, mejorando aún más la vista.
Deje la toalla en la arena, me puse la crema, y sin pensarlo me fui a la playa como si me hubiera poseido el espíritu de una niño, pero antes del chapuzón vi saliendo del agua a alguien que me resultaba familiar. No caí hasta que la tuve a escasos metros. Carlota, mi gran amor. Sus pecas eran inconfundibles, pero ella había cambiado mucho. Rubia teñida, alta y estilizada, un tatuaje pequeño en su muñeca... Y sus dos HIJOS.
- Hola - Le saludé tras vacilar durante unos segundos que me parecieron eternos.
- Hola - Me devolvió el saludo.
No hablamos más, pero su imagen me rompió en pedazos.